Para ser un buen fotógrafo de prensa no hace falta sólo dominar a la perfección las técnicas fotográficas, las reglas de la luz, tener estilo, buen ojo, ser arrojado y saber que un segundo de duda te puede dejar sin la foto. Hace falta también tener los nervios templados y sensibilidad, porque el reportero tiene que enfrentarse en vivo y en directo muchas veces a la tragedia. Y en esos momentos no hay un psicólogo de guardia ni un hombro amigo en el que llorar, o que nos prepare para superar el sufrimiento que sube de los pies a la cabeza en un instante, y evitar que tiemble todo el cuerpo.
Si no se está preparado para esos momentos, si no se sabe que el teatro de la vida incluye comedia y drama a partes iguales, no habrá fotografía, y mucho menos, buenas fotografías. Y sin imagen, no hay relato, no hay periodismo, no hay historia.
A la Mirada Atenta le encanta fotografiar fiestas. Son famosas sus fotos de jóvenes bailando, sus retratos de bellos cuerpos en plenitud disfrutando de la música, del sol del verano, de la libertad del Womad, del éxtasis feliz y despreocupado de los que creen que van a vivir para siempre.
Sin embargo, su carrera profesional se ha construido también sobre la experiencia de afrontar momentos difíciles, en los que la muerte está presente de forma trágica, inesperada, invencible a pesar de la pena y el infortunio. Uno de esos momentos fue la cobertura de un incendio en una vivienda de Aldea Moret, el barrio de Cáceres en el que surgen casi todas las historias.
Al entrar dentro de la casa, los servicios de emergencias y Lorenzo Cordero, que no se pierde una, se encontraron con una mujer de avanzada edad tumbada en el suelo, con quemaduras en gran parte de su cuerpo. Al sentimiento de impotencia ante la escena, se sumó el de respeto al momento. Cordero dejó su corazón en la mochila, y sacó el profesional que tiene dentro: protegió al máximo la intimidad de la víctima, totalmente desprotegida e vulnerable en ese momento, sin olvidar que tenía que hacer su trabajo. Cada uno lo suyo: los sanitarios, intentar hacer lo máximo por la vida de la mujer; los bomberos, apagar el fuego; el fotógrafo, resumir en una fotografía la tragedia de un incendio que acabó en un momento con la cotidianidad y los sueños de la vecina conocida como ‘la portuguesa’.