Mirar. Creo que esa es la clave de cualquier reportero de prensa que quiera serlo. Si no se mira, no se ve, y algo que parece tan obvio es lo que no hacemos la mayoría de los mortales cuando caminamos por la vida ensimismados en nosotros y en nuestros problemas, y viendo la vida a través de nuestro cristal, cada día de un color y según nos vaya la misa.
Miramos el cielo, y vemos los pájaros, pero no nos damos cuenta de los papeles que pisamos. Nos fijamos en la basura de la esquina, y perdemos de vista el rojo del atardecer que está iluminando el horizonte más allá de los tejados. Ese es el sino de los pobres mortales, siempre tan ocupados, y tan preocupados con nuestra existencia. Observamos distraídos los escaparates o a los que se cruzan con nosotros, pero no dotados con visión panorámica.
La ventaja de un fotoperiodista como Lorenzo Cordero es que él siempre se come el mundo con los ojos, extrayendo cada nota interesante de la realidad que observa con detalle y detenimiento, porque detrás de cualquier movimiento o esquina puede estar la foto.
En su archivo guardaba con cariño esta foto tomada, por casualidad, en Cáceres un día cualquiera de 1989. Iba por la calle San Pedro, justo enfrente donde se encuentra la actual sede de Caja Extremadura, antes Caja Cáceres, y lo vio, y tal como lo vio, lo fotografió sin perder un segundo. Una viejecita pedía limosna con la espalda apoyada en la esquina de una tienda de golosinas, y una monjita que pasaba al lado le echó unas monedas. Nada fuera de lo normal.
Pero la monja sacó una mano de los bolsillos, y acarició con cariño la cabeza de la mujer, como queriéndole dar algo más, un gesto de amor que alimentara también su alma, un detalle que demostraba atención a una persona que se encontraba sola en la calle, aparcada como un trasto viejo.
Y ese gesto pequeño de compasión fue el que atrajo la atención del objetivo de Lorenzo, que apretó el disparador de su cámara para no olvidarlo nunca, para reconfortarse con una muestra pequeña de generosidad humana ante la desgracia del prójimo desconocido.
Ahora que se ha hecho famoso el policía de Nueva York que regaló una botas a un mendigo, Lorenzo recuerda que no hace falta tanto para mostrar que somos humanos. A veces una mano que nos acaricia calienta tanto como unas botas.