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Lorenzo Cordero

La Mirada Atenta

Cuando el objetivo se quema

Felipe Martín fue el último vecino que salió de Grimaldo el día que fue arrasado por el fuego (2 de agosto de 2003).

Felipe Martín fue el último vecino que salió de Grimaldo el día que fue arrasado por el fuego (2 de agosto de 2003).

IMÁGENES DE INCENDIOS DE LA ÚLTIMA DÉCADA OCURRIDOS EN LA PROVINCIA DE CÁCERES, fotografiados por  LA MIRADA ATENTA.

 

Quien no se moja el culo, no pesca peces, dice refrán. Si no te parece que el calor está a punto de derretir el objetivo de la cámara, no hay buena foto de un incendio, dice y aplica Lorenzo Cordero, quien ha visto cuatro veces la muerte de cerca por el deseo de conseguir la mejor imagen en algunos de los incendios más importantes que han asolado Extremadura.

Cuando lo reflexiona en frío, se pregunta a sí mismo si no será una tontería jugarse la vida sólo para conseguir una buena foto, pero cuando está en plena misión, reconoce que la adredalina le ciega, y que en esos momentos sólo piensa en la caza de la imagen. Y una buena foto no se hace de lejos, como si se tratara de un turista que quiere llevarse una anécdota de recuerdo. La Mirada Atenta pertenece a la categoría de los reporteros que piensan que si no lo vive, no puede fotografiarlo.

El 2 de agosto de 2003 fue una de las veces en las que se la jugó a cara o cruz. Un gran incendio asolaba el pueblo de Grimaldo, y todos sus habitantes fueron desalojados. El pánico se olía, como el humo, a kilómetros de distancia. Antes de llegar al pueblo, la carretera ya estaba rodeada por las llamas. Lorenzo y el redactor  J. J. González dejaron el coche a las afueras, y antes de que se pudiera dar cuenta su compañero, La Mirada Atenta había atravesado como una sombra el cerco al pueblo de la Guardia Civil, y se metido dentro del infierno, dispuesto a fotografiarlo mientras millones de pavesas caían sobre él poniéndole los pelos de punta de puro pavor.

Aquel día le acompañó la suerte, y se topó en el interior de la localidad desierta y arrasada por las llamas con el único vecino, otro loco como él, que aún no había abandonado el lugar, Felipe Martín, que se había quedado hasta el final para ayudar a los bomberos a desenvolverse por el interior de un pueblo que se había convertido en un horno. Su imagen saliendo de una cama en llamas, en cuyo interior también estuvo Lorenzo haciendo fotos, salió en la portada del día siguiente.

Eso sí, dio a los bomberos, guardia civil y a su compañero un susto de muerte, ya que durante varias horas le dieron por desaparecido en el incendio.

Un bombero tratando de apagar uno de los incendios más desvastadores que ha sufrido Extremadura, el de Valencia de Alcántara.

Un vecino tratando de apagar uno de los incendios más devastadores que ha sufrido Extremadura, el de Valencia de Alcántara.

Al día siguiente, cuando todavía no había tenido de calibrar la fortuna que tuvo de haber salido vivo e ileso, tuvo que acudir corriendo a otro de los tremendos incendios que recuerda Extremadura, el que arrasó miles de hectáreas en Valencia de Alcántara. Allí se empeñó en ir detrás de los bomberos todo el rato hasta que, de repente, el viento cambió de repente de sentido, y se fue hacia ellos tan deprisa como una sombra oscura y asfixiante. Su compañero Antonio Armero puso en marcha el coche mientras él hacía las últimas fotografías de los bomberos que corrían para salvar la vida.

Antonio Armero, que también estuvo a punto de quemarse el bigote, aún recordaba el miedo y la amenazante sensación de calor, tres años después: “El fuego se ve. Cuando corre a su aire por el monte, de árbol en árbol, se dibuja como una columna informe que se estira hacia el cielo y se aprecia a kilómetros. También huele. Si es grande, huele desde lejos”.

A lo largo de los años posteriores Lorenzo Cordero volvió a jugarse la vida en el fuego unas cuantas veces más. Aprendió a ir con más tiento, y a tomar algunas medidas de seguridad, como colocar el vehículo siempre en posición de salida por si hubiera que salir corriendo, como le ocurrió en los Llanos de Cáceres en 2004.

 

En 2009, en el terrible incendio del entorno del Residencial Universidad, en Cáceres, se internó tanto dentro del área de peligro, que le cayeron encima los 500 litros de agua que volcó en una pasada el helicóptero que colaboraba en las tareas de extinción. Le salvó la vida el hecho de que se hubiera puesto en la cabeza el casco de la moto.

Podía haberse quedado lejos, haciendo fotos de los helicópteros que sobrevolaban la zona, pero a Lorenzo no le gusta ir de turista. “Cuando notas el calorcito del fuego, es cuando se pueden hacer ya buenas fotos“.

 

Uno de los helicópteros que participan en la extinción de incendios, descargando 500 litros de agua.

 

Lorenzo Cordero La vida del fotorreportero, del fotoperiodista o del fotógrafo de prensa, está muchas veces condenada a un carácter subsidiario, de mero complemento, salvo que el que mire por el objetivo tenga el suficiente talento para convertir su obra no en un afluente, sino en el río principal; no en un puro acompañamiento, sino en el argumento básico de la historia. Celia Herrera Jefa de Información de HOY.es. Periodista y amante de la fotografía, a la que le encantar contar lo que ve, e indagar sobre lo que ocurre

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