Profesionalmente hablando, Lorenzo Cordero nunca ha tenido razones para estar acomplejado. Es un fotógrafo de provincias, sí, pero ha trabajado para los medios más importantes del país, y ha ganado numerosos premios. Sin embargo, como todos los grandes, Cordero un día se sintió pequeño. Fue el 17 de abril de 1991, cuando Lorenzo llevaba poco tiempo como fotógrafo del HOY en Cáceres, y se apañaba en todos sus trabajos con su vieja Yashika, que ya era su segunda cámara profesional.
Con ella, y como si tal cosa, le enviaron a cubrir la llegada de la Selección Española de Fútbol a Cáceres, donde iba a jugar un partido contra Rumanía. Cáceres fue ese día una locura. Admiradores y curiosos seguían a los jugadores a todas partes, y el campo del ‘Príncipe Felipe’ se llenó a rebosar.
Aunque a Cordero no le gusta el fútbol especialmente, hizo todo lo que tenía que hacer como reportero profesional: esperó a los jugadores a la puerta del Parador, donde se alojaban, corrió marcha atrás mientras hacía fotos en medio de la vorágine, se coló en el campo para captar los mejores momentos de la entrada del equipo al césped, entre los que se encontraba el cacereño Manolo… y de repente, miró alrededor, y se dio cuenta: estaba trabajando con una máquina de juguete, ridícula en comparación con los tanques que portaban los fotógrafos de los grandes medios, que estaban allí haciendo lo mismo que él, pero con medios mil veces mejores.
Y no sólo era que su maquinaria era muy inferior respecto al resto de profesionales, lo que le acomplejó. Es que se dio cuenta de que, con su objetivo, pequeño, los jugadores en medio del campo se veían como hormigas, por lo que cuando llegó al laboratorio parte de su trabajo consistió en ampliar las imágenes y recuadrar las fotografías para poder obtener algo decente.
La Mirada Atenta abrió aquel día más los ojos, pero hacia dentro. Si quería mejorar su trabajo, en condiciones especiales, tendría que mejorar su equipo para seguir creciendo profesionalmente.