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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Internet y regresión 2

Leí hace unos días en Diario HOY la preocupación de muchos padres respecto a los contenidos que sus hijos hallan en Internet. La mayoría demanda información sobre como conseguir que sus larvas accedan a la red de manera segura, para poderse éstos beneficiar de su indudable practicidad sin caer en los peligros del mundo virtual para adultos que afloran en las webs. Comprendo la preocupación de los padres. A día de hoy no dejo de sorprenderme con lo que se puede encontrar uno desde su propio ordenador y a través de un teclado y un monitor.

Afortunadamente para nuestros progenitores, ellos no tuvieron esos problemas. Para nuestros padres, o por lo menos para los padres de los que tenemos entre 30 y 40 años, la mayor de sus preocupaciones sería quizás el hecho de que acudiéramos con mayor o menor asiduidad a los salones recreativos, donde lo pasábamos pipa gastando lo que no teníamos en juegos de Arcade.

Aunque a día de hoy a los más jóvenes les pueda parecer un divertimento muy inocente, he de añadir que desgraciadamente en estos salones recreativos no siempre pululaba afluencia inocente, ustedes ya me entienden. Las malas compañías se dejaban notar en muchas ocasiones, y cualquiera de mi generación habrá sido testigo de peleas, riñas, robos etc. Gran parte del fracaso escolar de esta generación fue prefabricado en estos salones llenos de máquinas recreativas, demostrándonos, que como todas las cosas, es necesario saber hacer un buen uso de ellas, pues de la misma forma que algunas de estas máquinas eran divertidísimas, si abusabas de ellas corrías el riesgo de caer en una peligrosa adicción que traía unas consecuencias negativas terribles.

Hace alrededor de un mes les hablaba de Internet y las regresiones que nos produce a los que ya asomamos hace tiempo por la treintena, no sé si recuerdan (https://blogs.hoy.es/loch-lomond/2010/8/18/internet-y-regresion).

El caso es que ayer por la tarde, conversando con un amigo algo mayor que yo, nos vimos envueltos en otra de estas regresiones en cuestión de minutos cuando nos dispusimos a recordar las antiguas máquinas de Arcade de los recreativos. Nuestra conversación se centró especialmente en los “trucos” que utilizábamos para conseguir partidas gratis y ahorrarnos así los cinco duros que costaba cada partida. Mi amigo me habló del truco de la peseta, que mi menda nunca llegó a probar, por aquello supongo de la edad. Se trataba de empujar una peseta de las de entonces por la parte de abajo del cajón de monedas y a veces conseguías una partida gratis. Yo recordaba lo de la moneda a la que se le hacía con mucha paciencia un pequeño agujerito y se la ataba a un cordel. Al introducir la moneda y marcar el crédito, tirábamos de ella para recuperarla. Aunque para ser francos hay que decir que casi siempre se quedaba dentro. Además este truco lo captaron muy rápido y en unos meses añadieron una especie de cierre de seguridad por lo que era imposible recuperar la monedad. Más tiempo duró el truco de los “Pin Ball”, consistente en apagar y encender el botón de encendido situado debajo de la máquina. Si repetías muy rápido ese movimiento durante algunos segundos, la máquina se volvía loca y te daba un montón de créditos.

¡Hay que fastidiarse! La de cosas que se nos ocurrían para jugar gratis, y lo que nos gustaban las maquinitas. Podría ser comparable a lo que hacen ahora los jóvenes usurpando la red Wifi de los vecinos para no pagar la Adsl.

El caso es que de nuevo llego a la conclusión de que en un gran número de ocasiones, Internet me transporta al pasado, a mi niñez, a mi adolescencia, a mi juventud. Ya les he contado en alguna ocasión lo mucho que disfruto recordando esos juegos desde mi propio ordenador, y gratis, y con la tranquilidad de hallarme en mí casa en compañía de un copazo de LOCH LOMOND. Ahora bien, estudiando la similitud y la comparación que acabo de hacer entre las máquinas recreativas de antaño e Internet, llego a la conclusión (y muchos de ustedes estarán de acuerdo conmigo) de que desgraciadamente el ser humano es el único animal que no aprende de sus errores y tropieza continuamente con la misma piedra. ¡A ver que nos inventamos para dentro de otros 30 años!

Don de LOCH LOMOND

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