“Lo tuyo no tiene mérito, la verdad. No sé por qué recibes tanta cobertura ni acaparas tanta atención, si cualquiera puede hacerlo” – Me escupió a la cara un conocido el otro día, así, sin anestesia y sin nada, casi sin alterarse, y a pocos centímetros de mis gafas. La verdad es que no era la primera vez que me echaban en cara algo parecido, pero sì la primera que lo hacían de ese modo, tan directamente, y tan convencido de ser portador de la verdad más absoluta que no pude evitar sentirme un poco incómodo, más que incómodo debería aclarar que lo que realmente consiguió el tío fue tocarme un poco los pinreles reales.
“A mi sé me ocurrirían cosas más originales y bastante más graciosas, e incluso más serias y profundas que las chorradas que sueltas. La verdad es que no sé ni como te atreves a publicar según que cosas” – Mi menda, que a pesar del cabreo supo contenerse, muy tranquilamente respondió – “¿Y por qué no lo haces?” – “Pues porque lo que ocurre es que yo no sé como explicarlo ni como contarlo” – Soltó por tamaña bocaza a modo de disculpa y se quedó tan tranquilo.
“Entonces deberías reconocer que algo de mérito debo de tener ¿no?” le apremié no sin ganas de ciscarme en sus muertos. “No” – escupió casi con desprecio – “porque a ti se te da bien y eso no tiene mérito”.
Ante tan increíble planteamiento no me quedó más que sonreir con tristeza, tras pocos segundos y con algo de cierta condescendencia, dí por finalizada la conversación con una frase que desencajó en algo a mi vulgar interlocutor -“Lo mío no tendrá mérito macho, pero lo tuyo… no tiene nombre”.
Espeluznante historia sobre la estupidez del ser humano amigos. ¡Aún tiemblo cuando la narro!