No importa lo que digan, quien lo diga y como lo digan. Ya no soy un niño y no me creo todo lo que presentan ante mis ojos como antaño, Quien suscribe sufre una especie de irónica contradicción en su ser, pues a pesar de ser un amante de la palabra, de las palabras, curiosamente cada vez cree menos en ellas. Existen ocasiones en las que un gesto, una mirada o un simple parpadeo provocan en mi persona más confianza que cualquier silabeo de palabras bonitas. Sé que puede sonar dura dicha afirmación, pero llega un momento en que no crees a nada ni nadie.
Por ponerles un ejemplo ni siquiera me creo ya que España ganara limpiamente a Malta, en aquel memorable y épico 12-1 que a la postre nos clasificó para la fase final de
No me creo las acusaciones de plagio vertidas sobre Pérez-Reverte, ni aquello de lo que presumía Cela, ya saben, lo de absorber
No me creo a ZP cuando acusa a Aznar de ser el responsable de la crisis actual, ni creo a Rajoy cuando afirma que tiene la solución para sacarnos del atolladero. No creo en los Reyes Magos y ni mucho menos en el Ratoncito Pérez. No creo a los que no creen que Bin Laden esté muerto ni a los que ponen en duda que el hombre llegó hasta
Tampoco creo en los que ponen su vida como ejemplo, ni aquellos que te dicen “deberías ser más humilde y modesto…como yo”. No creo en los que no respetan la opinión de los demás. No creo en quienes apoyan que Bildu esté en las elecciones, ni creo que Celdrán y Vara estén tan tranquilos como confiados Vegas y Monago. No creo, ni confío en quienes se engañan así mismos negando que tengan problemas con las drogas, el juego o el alcohol. No creo en los montajes de