Agosto y Diciembre se presentan como dos meses que aunque en un principio parecen enfrentados por una mera cuestión meteorológica, comparten en realidad una singularidad común. Son meses ambos de Indulgencia Plenaria. Ya he hablado en más de una ocasión de esta desconocida doctrina, que parece ofrecer una especie de borrón y cuenta nueva en cuanto a purgar pecados se refiere, una oportunidad más para realizar todos aquellos propósitos de enmienda de los que nos olvidamos a los pocos días de comenzarlos.

Así mismo Agosto y Diciembre son los últimos meses de las dos partes en las que se divide el año, y no me pregunten por qué. Agosto seguramente por aquello de que la mayoría de los mortales gozan del octavo mes de vacaciones y Diciembre porque no da lugar a más meses inéditos en el calendario. Algunos aprovechamos los últimos días de vacaciones para permitirnos algún pequeño exceso o licencia gastronómica, ya que nos hemos mentalizado que el final de las vacaciones es el momento idóneo de cuidarse y ponerse a dieta. Otros se han propuesto altas miras en el aspecto laboral, los hay quien en el amor, algunos en el terreno literario y otros sin embargo no pierden el sueño ni el tiempo a sabiendas de que los buenos propósitos siempre se derriten a los pocos días como un pedazo de tarta helada recién sacada del congelador.

Personalmente opino de corazón que es el momento, ya me conocen, aunque me derrumbo con facilidad nunca me doy por vencido a las primeras de cambio. Disfrutaremos estos días de los últimos copazos de LOCH LOMOND a sabiendas de que serán en breve sustituidos por una miserable bebida sin azúcar o el líquido elemento, que como reza su definición es inodoro, incoloro e insípido, igual que el color de los días cuando uno se encuentra a régimen. Intentaré no olvidar el olor a tierra mojada que quedó con la tormenta de ayer por aquello de que mis propósitos de enmienda no se desvanezcan como polvo en la lluvia.