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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Pecellín y la escuela de los sueños

 

Por ENRIQUE FALCÓ. Bien Nacido.

UN año más, la concesión de la medalla de Extremadura, el distintivo más importante de nuestra región, será presa de todo tipo de críticas, casi siempre motivadas por la incuestionable realidad de que no alcanzan medallas para todos los que la merecen. Mi amigo y antiguo profesor, don Manuel Pecellín Lancharro, uno de los cinco agraciados, tendrá sus detractores, como podemos tenerlos cualquiera de nosotros (o igual más, debido a su arrolladora personalidad), que tal vez consideren que no es digno de recibir tan preciado y honorífico galardón. No será el menda quien les aburra para tratar de convencerles que el de Monesterio es un referente de la cultura Extremeña y una de las personalidades más importantes de los últimos 50 años en nuestra región. Ni siquiera trataré de justificar la concesión de su medalla por su impagable trabajo como bibliógrafo extremeño o su extensísima obra literaria. Quien suscribe habría concedido tal distintivo a don Manuel por ser ante todo un gran profesor y un educador en toda regla. Ni más ni menos.

 Lamento que sus detractores
no hayan disfrutado de la inmensa fortuna que significa
haber sido alumno suyo, y si lo fueron y no lo celebran, les compadezco por no haber aprovechado la oportunidad
que les dio el destino para llegar a ser mejores personas
a través de sus enseñanzas

Los maestros y profesores juegan un papel en nuestra vida más importante de lo que creemos. Existen quienes nunca han echado la mirada atrás para reflexionar lo que aprendieron de ellos y valorar su positiva influencia. En mi adolescencia, el paso por el instituto era la época en la que te hacías mayor y te convertías en un hombre. Un momento clave en tu vida. Allí tuve (tuvimos muchos compañeros) la suerte de contar con el bueno de don Manuel Pecellín para aconsejarnos sobre el camino que debíamos seguir. Es cierto que a muchos, al principio, nos chocaba su elocuente personalidad y la sinceridad en sus gestos y en sus palabras; quizás no estábamos acostumbrados a que nos trataran ya como a adultos y a exigirnos un comportamiento digno para demostrar que éramos merecedores de tal trato. Una de las cosas que más me gustaba de Pecellín, además de su envidiable sentido del humor, es que nos mostrara la realidad tal cual, sin ningún tipo de miramientos ni dulcificación alguna. Ningún problema parecía especialmente grave para él. Nos enseñó que nunca había que dejarse dominar por el pánico ni la desesperación ante cualquier problema, pues todo habíamos de afrontarlo con la mayor tranquilidad posible en busca de la mejor solución. Aún recuerdo cuando nos preguntaba cuanto tiempo dedicábamos cada día a estudiar. Entre unos y otros daba como resultado una media de dos horas y él nos decía: «Pues no sé qué hago dando clases a gente tan lista, porque yo tengo que ser un poco torpe, ya que cuando era como vosotros necesitaba al menos 6 o 7 horas de estudio al día». La mayoría de los adolescentes sólo han visto en la ‘tele’ como el típico profesor joven, enrollado y tío bueno, se porta ‘dabuten’ con la peña y se va a tomar litros con la basca además de enrollarse con la más macizona (una menor a la postre) de la clase. Yo he comprobado en la vida real y de primera mano como don Manuel ha ayudado a compañeros que estaban muy desorientados y perdidos en la vida mientras otros profesores los daban por imposibles. Recuerdo con cariño como animaba a todo el que sintiera especial inclinación por cualquier faceta, ya fuera el deporte, la lectura, la música o la naturaleza. Siempre nos alentó a que estudiáramos lo que más nos gustara o que nos dedicáramos a aquello que nos hiciera más felices. En una ocasión, delante de toda la clase, manifestó a un alumno que había suspendido muchas asignaturas, su sorpresa y decepción por el resultado de su evaluación de esta guisa: «Si haces algo tan difícil como tocar tan bien la guitarra, no comprendo que suspendas tantas asignaturas; eso es porque quieres, ya que eres capaz de hacer algo muchísimo más difícil e importante que estudiar un puñado de asignaturas». Mi compañero experimentó un cambio tan radical que al cabo de los meses no parecía el mismo estudiante. Podría dedicarme a contar anécdotas de Manuel Pecellín y me daría para escribir cientos de artículos. Existen maestros y profesores, como él, que no deberían jubilarse nunca, pues muchos jóvenes necesitan de ellos para qué les enseñen que lo más importante en la vida es llegar a ser buena persona y luchar por alcanzar tus sueños. Educadores como Pecellín consiguen que un colegio, un instituto o una universidad se conviertan en la escuela de los sueños y de los buenos propósitos. La medalla de Extremadura para don Manuel Pecellín Lancharro es de las más justas y merecidas que se han concedido en los últimos años, aunque seguro que mi antiguo profesor no esté de acuerdo, amparándose en su modestia. Lamento que sus detractores no hayan disfrutado de la inmensa fortuna que significa haber sido alumno suyo, y si lo fueron y no celebran, como yo, tal reconocimiento, les compadezco por no haber aprovechado en su día la oportunidad que quiso darles el destino para llegar a ser mejores personas a través de sus enseñanzas. ¡Felicidades, don Manuel!

Publicado en Diario HOY el 28/08/2011

 

Don de LOCH LOMOND

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