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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Los frustrados hijos de la clase media

Enrique Falcó. Desesperanzado Generacional.

Recordarán que hace un par de semanas les hablaba de nosotros, los jóvenes extremeños, de que no llegamos, de que no podemos más. En dicho artículo dejé caer un guiño cariñoso para la gran periodista de HOY Manuela Martín, quien como siempre captó mi ironía con deportividad y exquisito sentido del humor. Charlando con ella poco después en las redes sociales se lo recordé chistosamente, y una vez más me dio una lección soberbia de análisis de contenidos. “Tras leer tu artículo se me ocurre un debate que podría interesar a la gente de tu edad y por supuesto de la mía” – Me dijo de pronto – “Los frustrados hijos de la clase media”. Así que podríamos decir que es doña Manuela quien titula este artículo. Yo aún diría más más mi querido Hernández, es Manuela Martín quien articula este título. Aceptamos el hecho de que nuestros sueldos son de miseria, pero como insiste Manuela, la cuestión es qué pueden o qué deben hacer los jóvenes en desempleo o los que reciben sueldos mucho más bajos que los de sus padres. Por descontado que a la excelente periodista le rondarán miles de ideas y cuestiones, e incluso soluciones a medio o largo plazo para aparcar la miseria de nuestra cotidianidad, pero insistir en que las compartiera conmigo hubiera sido demasiado, comparable a pedirle que me escribiera este artículo, y a pesar de mi total falta de vergüenza no ostento tal caradura. Lo único que se me ocurre es rogarle desde estas líneas que, entre semana política y otra, escriba más sobre nosotros los jóvenes, pues tiene mucho que enseñarnos de nosotros mismos.

Casi me avergüenzo de haber pasado por alto a los jóvenes sin empleo en mi artículo de hace dos semanas. Empieza uno a llorar por lo poco que cobra y se olvida de los que están aún en peor situación. Es muy duro trabajar tantas horas para no poder permitirte más que lo necesario o incluso ni eso, pero de corazón he de confesarles que no debe existir trabajo más frustrante, duro y cansado que estar sin empleo. ¡Cómo nos engañaron! ¡Qué manera de meternos en la cabeza que teníamos que estudiar una carrera! Está claro que nuestros padres y profesores actuaban con toda la buena fe del mundo, llevados supongo por ese afán de que sus hijos accedieran a las oportunidades que ellos ni pudieron soñar. Lamentablemente como consecuencia tenemos a día de hoy a cientos de miles de jóvenes titulados en las colas del INEM, y un sector “servicios” más preparado que nunca: Periodistas-camareros, maestros-camareros, abogados-camareros… ¡Parece que solo se puede trabajar de camarero en esta región! Será por aquello de que nos hemos dado a la bebida en masa para olvidar las penas y no precisamente del amor, aunque al precio que marcan las bebidas de licor no nos quedará más remedio que tirarnos al vino peleón de tetrabrik, con la consecuente pérdida de empleo que supondrá también para este sector.

 Yo no sé cuál es la solución, ni qué debemos de hacer con nuestro sueldo. Lo primero que se me ocurre es pagar la hipoteca y las facturas. Ahora bien, a lo mejor tendríamos que estudiar la posibilidad de rebajar esas facturas. Todos vivimos por encima de nuestras posibilidades, algo realmente reprobable si bien entendible. El problema es que algunos piensan que las tarjetas de crédito y los préstamos se pagan solos, por arte de magia. Fijar las prioridades sería también positivo, y muy importante. No pasa nada por no tener un tresillo de cuero, o un congelador americano de esos que hasta te fabrican hielo, o una pantalla de 50 pulgadas. Más vale quedarte sin tabaco y whisky a último de mes que sin comida, o sin pañales y potitos para tu hijo. Mejor pagar la factura de la luz y el gas que salir a cenar o de copas. Ya he tratado muchas veces el tema de las casas y de los coches. No hay vuelta de hoja: Si cobras 700 euros al mes no puedes comprarte una casa cuya hipoteca ascienda a 1.300 euros mensuales, ni un coche que signifique más de 600 euros al mes entre plazos, gasolina y seguro. Hemos de olvidar cómo vivíamos con nuestros padres, es nuestro lamentable y triste sino. Somos los frustrados hijos de la clase media, una clase que ha desaparecido para siempre en pos de una  aún peor  que sufrirán nuestros hijos, quienes a su vez, y tras la desesperante degeneración que nos asola, añorarán lo bien que vivían con sus padres, y recordarán con lágrimas en los ojos al igual que nosotros, aquellos pequeños caprichos que se permitían y que quedaron para siempre perdidos en el tiempo, como polvo en la lluvia. Manuela, espero tu artículo, con idéntico título, a ver si consigues encauzarnos. A algunos ya se nos han acabado las ideas y no nos queda otra que recurrir al absurdo e inútil ejercicio de acogernos al derecho del pataleo.

Publicado en Diario HOY el 18/09/ 2011

 

Don de LOCH LOMOND

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