Enrique Falcó. Feminista
Quien suscribe, como la mayoría de sus amigos, se ha criado en una familia tradicional, por llamarla de alguna manera, en la que nuestras madres no trabajaban, o bien dejaron de hacerlo cuando nos trajeron con un pan debajo del brazo a este valle de lágrimas. No creo que merezcan menos respeto y reconocimiento que las que sí lo hacían y trabajaban fuera de casa a cambio de un sueldo. Eran otros tiempos, otras condiciones y diferentes necesidades. Es una lástima que en pleno 2012 todavía tengamos que reivindicar la lucha de las mujeres por conseguir los mismos derechos que los hombres. Mi amigo “El poeta”, Ángel Manuel Gómez Espada, mantiene la máxima que asegura: “Si tienes un día internacional para ti solito es que en el fondo tienes un problema muy chungo”. Los hay tan pesimistas, que tras la reciente festividad del 8 marzo, insisten en que nada o casi nada ha cambiado, algo con lo que no puedo estar de acuerdo, ya que si bien admito que no es suficiente, y que nos queda un largo camino por recorrer, justo sería reconocer también que no se alcanzan las cotas de injusticia social de décadas pasadas.
Educar y concienciar debe ser lo más importante de todo en pos de la necesaria igualdad, y no perder el tiempo con tonterías sobre el uso exclusivo de un género para referirse a ambos. Con todos mis respetos, frases como: “Los trabajadores del sector de la alimentación se declaran en huelga” no ofenden ni discriminan a nadie, y ni cuanto menos excluye ni a hombres ni a mueres. Me parece más inapropiado utilizar frases como: “Los hombres deben ayudar a las mujeres en las tareas del hogar”. Esta frase es terrible, y connota y denota un machismo insoportable, ya sea intencionado o no. Si una pareja vive en común, y ambos trabajan, las tareas del hogar han de realizarlas necesariamente entre los dos, sí o sí, por una mera cuestión de tiempo y ecuanimidad. En mi caso por ejemplo, que trabajo menos horas y gano menos dinero que mi novia, (cuestión que no sólo no me produce ningún tipo de problema en mi masculinidad, sino con la que estoy encantado) es lógico y normal que la mayoría de tareas que se refieren a la limpieza, la compra y la comida, recaigan sobre mí. Excepto la lavadora claro, ya que tras mi desastrosa primera “colada” (por llamarla de algún modo), el cariño y la devoción de mi novia por sus modernas y delicadísimas prendas le llevaron a conseguir una orden judicial que me prohíbe acercarme a ésta (a la lavadora, no a mi novia) a menos de 5 metros. Ella asume el esfuerzo extra, y mi menda, como todo el papeleo parecía estar en orden, se centró desde entonces en otras labores para las que se le presumían mejores cualidades. Aun así, aunque no me manejo tan mal como podrán pensar, mentiría si no les reconozco que en ocasiones me siento como el típico aficionado a la jardinería, al que con los años y las consecuencias de los achaques, la mala hierba le va ganando poco a poco la partida. Y es que es muy duro mantener digno un hogar, máxime si existen larvas al cargo, algo que se antoja imposible de salvar si no es con la ayuda de los abuelos, quienes tras toda una vida cuidando de sus hijos ahora tienen que hacerlo también de los hijos de sus hijos. Lástima me dan aquellos varones tan dignos que no saben prepararse la comida o colocar el lavavajillas.
Recuerdo una vieja aventura de Zipi y Zape, en la que éstos huían junto a su progenitor, don Pantuflo, de unos agresivos canes, a los que tuvieron que quitarse de encima arrojándoles los botones de hueso de sus pantalones. En la siguiente viñeta, un digno don Pantuflo, catedrático de Filatelia y Colombofilia nada menos, instruía a sus retoños mientras los tres se cosían sus propios botones: “Hijos míos, todo hombre que se precie ha de saber al menos coser un botón y freír un huevo. No es mucho, pero reconózcanme que era un pensamiento bastante avanzado para un hombre de su época.
Hoy las mujeres conducen camiones y taxis, dirigen empresas, juegan al futbol y lanzan piropos por la calle a los maromos de toma pan y moja. Pero existe mucha lacra aún, en forma de violencia machista que la sociedad debe paliar cuanto antes. Un ejemplo esclarecedor de que la sociedad avanza sería sin duda el famoso gag de los geniales Martes y 13 emitido por TVE dentro del programa Venga el 91 en la noche vieja del año 90. El de “Mí marido me pega”. No me enorgullece reconocer que me partí de la risa. No existía entonces una conciencia tan grande del enorme y grave problema, que hoy, 20 años después, sí que está presente y consciente en nuestra sociedad, por lo que sería imposible imaginar si quiera la posibilidad de emitir un sketch parecido. Debemos de combatir la lacra machista con el indudable poder de la palabra, sin preocuparnos en si hay que decir médica o periodisto, jóvena o pianisto. Normalizando en nuestras conversaciones lo lógico y evidente que resulta ver mujeres policías, militares o futbolistas, y que visten como les da la real gana, tengan pareja o no, y que los hombres fregamos el baño, y cocinamos, y damos el biberón a nuestros hijos. Hay que afear y corregir el uso (intencionado o no) de expresiones desafortunadas que dan lugar a equívocos, y educar a los niños desde pequeños en la idea de que todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, y nadie debe nunca coartar la libertad de otra persona en ningún aspecto de su vida. No lo olviden nunca, mis queridos y desocupados lectores: La igualdad no es un derecho, es una obligación. Uno para todas, y todos para una.
Publicado en Diario HOY el 11/03/2012