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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Ausencias, traumas y gratitud

 

Enrique Falcó. Don de Loch Lomond (El libro del año que no deben perderse)

Enrique Falcó. Don de Loch Lomond (El libro del año que no deben perderse)

 

El pasado miércoles 28, en el Salón Mérida, del Gran Hotel Casino de Extremadura(Badajoz), experimenté un sin fin de sensaciones. Emociones varias que ahora, tras la ansiada calma que esta vez no precede a la más horrenda de las batallas, reposan y maduran en mi incontenible sesera, cada vez menos inquieta y voraz, afortunadamente al contrario que tras las últimas jornadas regadas de estrés, tensión e incertidumbre. El pasado miércoles, en la presentación de “Don de Loch Lomond”, mi primer libro, se produjeron ausencias significativas, algunas comprensibles y otras no tanto. Las que menos me importaron fueron las de la
mayoría de medios de comunicación que hicieron caso omiso a la convocatoria que
con tanta ilusión prodigamos el menda y el departamento comercial del Gran Hotel Casino de Extremadura (cuyos comerciales, personal de dirección y empleados actuaron impecablemente y con gran diligencia) en tan importante acto para quien suscribe, quizás y es justo señalarlo, porque la cobertura prestada a la promoción del evento sí que fue seguida en su totalidad por casi todas las emisoras locales y especialmente por Diario HOY.

 

Enrique Falcó y Rebeca Porras ABC PUNTO RADIO BADAJOZ

Enrique Falcó y Rebeca Porras ABC PUNTO RADIO BADAJOZ

 

Está claro que con la que está cayendo a casi nadie parece importarle que un joven extremeño se atreva con la letra impresa, algo que, precisamente por ello, hubiera debido ser cuanto menos un hecho si no trascendente al menos destacable. Quien suscribe lo asume y lo acata. Fueron demasiadas decepciones en el mundo musical para que nos pille de sorpresa que en Extremadura solo nos importan los logros de aquellos que viven y triunfan tras nuestras fronteras, en especial si vivieron en nuestra tierra en sus primeros años o son hijos o nietos de emigrantes extremeños. Pero como ya les digo, son las que menos dolieron. Algunas ausencias se suponían evidentes, por un mero problema laboral, de distancia o contingencia, pero otras esperadas que no se produjeron atisbaron un asomo de tristeza en lo más profundo de mi corazón. No obstante fue el buen rollo, la alegría más distendida, y la emoción más significativa quienes se apoderaron del sencillo acto de generosidad que me brindaron el casi centenar de personas que abarrotó el salón en el que mi querido amigo “El poeta” Ángel Manuel Gómez Espada (quien merecidamente se ha ganado el honor de escribir también y tan bien para ustedes cada semana en HOY, y don Manuel Pecellín Lancharro, (el profesor de la escuela de los sueños), desplegaron un ejercicio de generosidad hacia mi persona realmente inmerecido hasta para mi pequeña dosis de vanidad.

 

El Poeta, Falcó y Pecellín en la presentación de Don de Loch Lomond

El Poeta, Falcó y Pecellín en la presentación de Don de Loch Lomond FOTO: Gonzalo Falcó

 

Siempre se cansa uno de ver en la televisión cómo actores, músicos, o escritores de éxito afirman que cuando leen alguna noticia que se refiere a ellos es como si en ésta estuvieran hablando de otra persona. Dicha afirmación siempre me ha parecido una chorrada, pero elpasado miércoles pude comprobar que no hay nada más cierto. “El poeta” me emocionó con su “Desacato a la realidad”, y Pecellín me maravilló con su extraordinaria comparativa hacia la gran creación de Hergé, mi querido Tintín, y la modesta obra de su seguro servidor.

 

Enrique Falcó firmando ejemplares de

 

Pero no podemos olvidarnos de los traumas, que también se produjeron en momentos tan felices. Parece mentira como en instantes tan dichosos pueden asomar sombras del pasado que vengan a recordarnos aquello de que nada ni nadie es perfecto ni completamente feliz. Ustedes ya me conocen. No suelo ostentar complejo alguno, pero ya reconocí en su día en las páginas de esta misma Tribuna, y recientemente en la introducción de mi libro, que la caligrafía (habría que recordar que también el dibujo) es uno de los traumas que jamás conseguí superar. Aún recuerdo aquel paso importante en la vida que se producía en segundo de EGB. El del lápiz al bolígrafo. Paso, dicho sea de paso y paso a recordar, que este humilde articulista y bloguero pudo dar especialmente por la generosidad y bendita lástima que despertó a su “seño” doña Loli Márquez, que observaba como uno de sus alumnos más brillantes en tantas otras facetas se veía relegado a la última posición en algo que entonces era tan importante como la buena letra. Siento aún la tristeza en mi cuerpo serrano al recordar a mi amigo Adolfo Campini celebrando su paso al número 6 de los cuadernillos “Rubio” de caligrafía mientras el menda se veía obligado a comprar por enésima vez el número dos. El progreso siempre llegar tarde pero llega, y desde que la utilización del ordenador se impuso al bolígrafo, jamás pensé que tuviera que enfrentarme a los fantasmas del pasado como el día de la presentación, donde todos los amigos que adquirieron el casi centenar de libros (prácticamente cada asistente tuvo la feliz ocurrencia de comprar un ejemplar) pretendían que el autor honrara sus páginas dedicándoles unas breves palabras. Algo muy usual e inocente, que para mí tornó a pesadilla. Aun así me enfrenté valientemente al problema, pues Luis Nogales, el director del Casino, me ayudó a restar transcendencia al problema días antes, insistiendo en que si el caprichoso destino ha querido otorgarme el don de escribir bien, y negarme el de la ornamentación gráfica, que justo es que tan lamentable rúbrica figure en mi libro con toda su fealdad.

 

Panorámica Salón Presentación Don de Loch Lomond

Panorámica Salón Presentación Don de Loch Lomond

Bromas aparte, fue divertido sentirse importante por un día escribiendo sentidas
dedicatorias que seguramente los afectados jamás lograrán descifrar. El destino no está carente de cierta ironía, ni de un poquito de mala leche, y si no que se lo pregunten al bueno de Ludwig van. ¡Pero qué diablos! Todo salió genial. La visita inesperada de algunos familiares, amigos y compañeros contrarrestaron las sentidas ausencias y los asistentes se tomaron con buen humor lo de mi mala letra. Por lo tanto no es más que gratitud lo que quiero expresar en estas líneas.

 ¡Por el Cetro de Otokkar! Gracias, de corazón. A los asistentes, a los que no pudieron asistir, y a usted, desocupado lector, que seguro que si no se ha hecho ya con un ejemplar  de “Don de Loch Lomond” (preciosa cubierta a cargo de Jesús Prudencio Gamino) está a punto de conseguirlo. Procure llevarlo siempre encima, acompañado por un bolígrafo. Así, cuando me aborden en la calle, en un restaurante, en la biblioteca o en mi trabajo, quien suscribe no tendrá excusas para enfrentarse al trauma que el niño de ayer quiso dejar como herencia al hombre de hoy.

Don de LOCH LOMOND

Sobre el autor


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