Enrique Falcó. Incondicional de los chinos
Además de uno de mis cómic favoritos de Tintín y el nombre de una de las secciones de mi blog, no podía dejar de titular un artículade esta guisa.
Parece que fue ayer, mayo del 99, y desde entonces han transcurrido ya casi trece
años. Me encontraba en Madrid, con mis compañeros de Violent Popes y LICH, para
una serie de conciertos en la capital. Tras las actuaciones, con el lógico subidón, evidentemente salíamos de marcha, casi siempre por el barrio de Malasaña, y allí descubríamos entre otras cosas que los madrileños no sabían lo que era un botellón. Todo el mundo bebiendo birra a morro o calimocho como mucho. Cuando nos vieron llegar, tan raros, y tan cargados, no daban crédito. Cuando me dispuse mi primer JB con Coca Cola (Aún no había comenzado mi devoción por el mítico Loch Lomond) como un señor, algunos jóvenes de los alrededores nos estaban haciendo la ola, y no nos faltaron “novias” de entre todos los grupos de alrededor para ver si les invitábamos a un par de cubatas.
Nosotros, como habitantes que éramos de una capital pequeña, nos impresionamos de los abultados precios (¡500 pesetas una Coca Cola y casi 1000 una copa!) y en
especial de la cantidad de tiendas de chinos abiertas hasta altas horas de la madrugada. “¡Que hambre tengo!”- Gemíamos cualquiera de nosotros. “No te
preocupes” – Contestaban nuestros nuevos amigos “Que aquí al lado hay unos
Chinos”. ¿”Unos qué”? preguntábamos sin saber a lo que se referían. Badajoz, mi
ciudad, y el resto de Extremadura, estaba plagada entonces de restaurantes
chinos, pero sin embargo en Madrid, ya se dedicaban a las tiendas de alimentación y a aquellas que aquí llamábamos tiendas 100, o como decía mi madre, los veinte duros.
No tardaron en aparecer por estas tierras, hasta el punto de que cualquiera de nosotros ya no va a comprar a la tienda 100 de toda la vida, sino a “los chinos”, que hace ya muchos años dejaron de ser sólo restaurantes.
Por lo visto les va muy bien, y no me extraña. Dudosa calidad pero precios muy
económicos, y algunos dan el pego. Existen cierto tipo de productos que quien
suscribe a día de hoy no sabe ya donde buscar si no es en una de estas tiendas.
Parece que con ellos no puede la crisis, y ya hay muchos extremeños incluso
trabajando para ellos. Muchos los miran con cierto recelo, y los consideran una
especie de competencia ilícita y desleal, pero es que su capacidad de trabajo
parece no tener límites. Otra cultura, otra manera de entender y comprender la
vida que quizás no casa con nuestra educación. Ustedes me conocen, ya saben que
trabajo para vivir, y no al contrario, y que hace ya bastantes años que aprendí
de mi amigo “El poeta” Ángel Manuel Gómez Espada, a buscar la felicidad entre
los placeres más sencillos. Quizás es por esta razón, que cualquier homólogo
oriental de 33 años, sea el propietario de una de estas tiendas y ostente unos
cuantos ceros de más en su cuenta corriente, mientras que el menda apenas tiene
para comerse los mocos y se pasa el día llorando con el “no llegamos” y
abanderando el movimientos de “Los frustrados hijos de la clase media”. Dudo
que cualquiera de estas tiendas haya apoyado la huelga general del pasado día
29, entre otras cosas porque para su entendimiento y cultura, aquello de protestar
dejando de trabajar tiene que ser algo que hasta los ofenda sobremanera. Los
empresarios que sufren las consecuencias de albergar alguna de estas tiendas
cercana a la suya insisten en que no se puede competir con ellos, ya que abren
a diario, no cogen vacaciones y parecen no cerrar nunca. Igual no se trata de
competir, sino de intentar convivir. Yo no me imagino trabajando de lunes a
domingo de 8 de la mañana a 12 de la noche sin descanso, entre otras cosas
porque no sé para qué narices querría el dinero. Pero si ellos lo hacen me
parece muy bien. Si en dos tiendas de parecida índole el mismo producto,
exactamente igual, es más barato que en otra porque el vendedor prefiere asumir
la diferencia, indudablemente nada puede hacer el comerciante de la tienda más
cara, y menos en tiempos tan duros para aligerar los bolsillos de los
consumidores. Tal vez, en lugar de imitar su modelo de trabajar sin descanso,
podríamos empaparnos de su agudeza para anticiparse a las necesidades de los
ciudadanos, o de su espíritu emprendedor, y en muchos casos de su simpatía, ya
que existen verdaderos animales de carga tras muchos mostradores que apenas te
gruñen un buenos días aun siendo cliente habitual. Aunque no nos engañemos,
como siempre, el sabio dicho griego triunfa. Lo ideal sería un término medio,
un sano contagio de actitud, aptitud y manera de entender la vida y el trabajo.
Quizás ellos deberían aprender algunas cosas de nosotros, como a no pensar
solamente en el trabajo. A detenerse ante la belleza de la vida y su
cotidianidad. Mientras que esa educación que sostenemos en este país, la de no
dar palo al agua, la del mamoneo de dinero público, la del pillo que va de baja
en baja, del que ficha y se larga hasta el fichaje de salida, debería de ser
solapada por algo de su responsabilidad ante el trabajo.
No voy a engañarles. Personalmente estas tiendas me privan, y ya estoy deseando
que abran una cerca de mi casa. Así como los restaurantes, a los que ya no
puedo acudir hace muchos años con mi novia, que ya no es tan permisiva como
antaño a la hora de darme el gustazo de saborear ternera con pimientos, pollo
con piña o al curri y cerdo con bambú. Reconozco que poseo un Wok en mi casa,
así como un generoso libro de recetas, y que yo mismo intento prepararme mi
propia comida. Pero no puedo engañarles. No es lo mismo. Algo debe germinar por
mis genes que todo lo que huela a China me apasiona, así como la belleza
exótica de sus mujeres, o la bella y relajante música que escucho una y otra
vez mientras leo sorbiendo litros y litros de Té rojo. Quizás sea por todo lo
mencionado, y no casualidad, aquello de que uno de mis cómics favoritos de mi
querido Tintín es El Loto Azul.
Publicado en Diario HOY el 01/04/2012