El pasado martes 29 de Mayo fue el entierro de Marino Villalón Dávila, el padre de mi amigo Enrique Villalón. Al enterarme de la triste noticia me puse inmediatamente en contacto con mi amigo para ver como estaba y ofrecerle todo mi apoyo en tan difícil momento. Mi amigo el Villalón, (siempre nos referimos a él de esta manera) con justificado semblante triste pero encomiable entereza, me comunicó lo sucedido y lo mucho que estaba sufriendo la familia por la pérdida de un ser insustituible para ellos. Enrique pareció sonreír a través del teléfono, mientras me relataba que se estaba acordando en aquel preciso instante de la última vez de las muchas que saludé a su padre. Desde el año 92, con apenas 14 años, cuando conocí a Enrique Villalón, siempre fui bienvenido en su casa, así como en su chalet, donde casi siempre nos reuníamos para tocar. Hace pocos años volví a coincidir con don Marino en el famoso “chalé del Villalón”, que ostenta un gran peso emocional en mi corazón (y en gran parte de la música pacense que pasó por allí), pues fue en el primer sitio donde pude dar riendas sueltas a mi afición por la música. Mi amigo el Villalón le recordó a su progenitor quien era yo de esta guisa:
“Mira papá, ¿te acuerdas de mi amigo Enrique? Conocías mucho a su abuelo, Antonio García OrioZabala”. Claro que don Marino se acordaba de mí, pero hacía muchos años que no me veía, y digamos que yo había puesto alguna arroba de más. – “Enrique”- Me dijo sonriente- “Estás de buen año ¿eh”? A lo que yo contesté también con una sonrisa- “Claro… ¡Como mi abuelo!”. Y nos reímos mientras me contaba anécdotas de aquel famoso abuelo al que nunca conocí y de quien voy sabiendo más a través de la gente que tuvo la fortuna de tratarlo. En absoluto me sentí ofendido por la referencia a mi peso, al contrario, lo tomé como una muestra de cariño.
Pero por lo visto a mi amigo el Villalón aquello le sentó fatal y siempre le inquiría a su padre su poco tacto. “¡desde luego papá, traigo a casa a un amigo y vas y lo insultas y llamas gordo!” – “Yo no lo insulté hijo, solo le dije que estaba de buen año… y es que es verdad”. Se defendía Don Marino. Por lo visto, desde entonces, cada vez que el Villalón se refería a mi persona siempre recordaban la divertida anécdota, y mi amigo el pasado martes la compartía de nuevo conmigo. Me agradó especialmente que mi llamada le sirviera para tener un nuevo recuerdo de su padre, a quien siempre llevará en el corazón.

La única realidad que existe es la de que cuando un ser humano nace comienza una carrera contra la muerte que siempre acabará a favor de la Parca.
Fue un día muy triste. Es duro ser consciente de que un amigo está sufriendo. Me dio por pensar que lamentablemente tendré que enfrentarme a estos dolorosos trances de un modo cada vez más habitual. Los años no pasan en balde y vamos creciendo, y aunque los seres que queremos no nos abandonan nunca del todo, cuando se van se llevan también una pequeña parte de nosotros. El martes le ha tocado a mi amigo Enrique Villalón, pero otro día le tocará a él llamarme a mí, o a algunos de nuestros amigos comunes por algo parecido. “Es ley de vida, chaval”, te dicen encogiéndose de hombros. “Pues que vida más puta”, le da a uno por pensar.
Desde estas lineas no puedo más que enviar un gran abrazo a mi querido amigo Villalón y a toda su familia, y desear que La Parca, esa puñetera mal nacida, tenga mejores cosas que hacer y no nos visite, ni a mí ni a ustedes, ni a sus seres más queridos, hasta que casi estemos a punto de cruzar la meta de esa carrera que comenzamos contra la muerte desde el mismo momento en que venimos al mundo. Una carrera que, aunque sabemos perdida de antemano, siempre trataremos de llevarla con dignidad, hasta el último aliento.