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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Así en el Cielo como en la Tierra

 

Enrique Falcó. Mitómano

 

Juan Luis Galiardo

 

Ayer me sorprendió la triste noticia de la muerte del actor Juan Luis Galiardo a los 72 años de edad. En todas las crónicas de periódicos y portales digitales hemos podido leer que ha fallecido a causa de una “rápida y devastadora enfermedad” (curiosa definición para referirse a un cáncer de pulmón), así como rememorar un pequeño repaso de su vida y extensa obra como actor, recordando especialmente aquel papel de debut de galán, que tanta fama ocasionó y le permitió trabajar incluso a nivel internacional. Sin embargo me sorprende y enerva que se obvie la especial relación con Extremadura que mantenía el genial actor gaditano, ya que es sabido por muchos que pasó una buena parte de su infancia y juventud en la ciudad de Badajoz. No obstante no es ese especial recelo regional el que me impulsa a dirigirme hoy en HOY a ustedes, mis queridos y desocupados lectores, sino una espontánea reflexión sobre la muerte. Una vez más la desaparición de un rostro conocido, que forma parte de mi vida, se esfuma implacable como el polvo o arena fina en la lluvia. En mi cabeza, Galiardo siempre permanecerá como “El Chepa”, ese gran amigo que todos querríamos y deberíamos tener, y no sólo por su brillantez y honestidad cotidiana y laboral, sino por ser un amigo de aquellos que apenas puedes contar con un par de dedos de una sola de tus manos. Todo ello lo aprendí con apenas 12 años de edad, cuando cada viernes por la tarde esperaba impaciente para ver el “Turno de Oficio” del gran Antonio Mercero, una de las mejores series de la historia de la televisión, que una vez más, y gracias a Internet, hemos podido recuperar y volver a revisar y disfrutar en la edad adulta.

Felix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los animales

Felix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los animales

Para los que se aproximan a los 40, quizás la primera muerte traumática fuera la de Félix Rodríguez de la Fuente, que también sentíamos como nuestra los más pequeños al escuchar una y otra vez la famosa canción que le dedicaron Enrique y Ana, aquel emocionante “Amigo Félix” que a riesgo de parecer ñoño no puedo dejar de reconocer ante ustedes que aun me sigue poniendo la piel de gallina. Personalmente fue la muerte del añorado Fernando Martín la que más me impresionó. Creo que fue la primera vez en mi vida que tomé consciencia de que la Parca, esa puñetera mal nacida, estaba tan cerca y era algo tan evidente y tangible como el viejo balón Spalding que botaba cada tarde en la canasta del General Navarro. La televisión, el mejor invento del siglo XX, ha ocasionado desde su aparición, la innegable sensación de sentir como nuestras, como personas cercanas, a aquellos que se asoman por nuestras pantallas desde que somos niños. Cuando éstos desaparecen, se llevan junto con la lógica pena y tristeza, una pequeña parte de nuestras vidas. Mi amigo, el periodista de HOY, Antonio José Armero (Un monstruo del periodismo quien algún día será el director de HOY y yo mismo me presentaré voluntario para llevarle los cafés) escribió un sentido artículo en 2008 sobre la muerte de Chema, el panadero de Barrio Sésamo. Armero reflexionaba en aquella columna sobre la suerte de los niños de hoy, quienes se entretienen con personajes inmortales, ídolos del videojuego o muñecos a pilas, que no mueren por cáncer ni por accidentes de coche, porque como bien añade, la infancia nunca muere, y lo que ocurre en aquellos años te acompaña para siempre.

Recuerdo con especial cariño un par de visitas al Café Gijón de Madrid, en donde tropecé ni más ni menos que con el ya desaparecido Francisco Umbral, al que me quedé con las ganas de preguntarle en plan de broma si había venido a hablar de su libro. Años más tarde, de nuevo en tan famoso café y pocos meses antes de su lamentable muerte, una voz especialmente reconocible me hizo girar rápidamente el cuello para encontrarme nada más y nada menos que con el bueno de don Manuel Alexandre, el entrañable “Don Mati” de las películas de los míticos Parchís que tanto nos privaban cuando éramos críos. Se encontraba charlando animadamente con dos jóvenes, y el menda no pudo dejar pasar la ocasión de saludarle con un “Buenas tardes Don Mati” al que don Manuel respondió con una carcajada y una sonrisa maravillosa. Mientras, les interpelaba a sus jóvenes interlocutores: “Mirad, ahí va otro de los niños de mi época”.

Don Manuel Alexandre, el entrañable

La de Drazen Petrovic fue otra de aquellas muertes que me afectó muy especialmente, ya que es indudable que el desconsuelo y la angustia se intensifican cuando “La Impía” viene a segar una vida que derrocha juventud, ganas de vivir por los cuatro costados y en especial la sensación de la de cosas que quedaban por hacer. ¿Quién no se acuerda de Agustín González (Maravilloso su papel en “Las bicicletas son para el verano”) o del inolvidable Fernando Fernán Gómez, a quien siempre recuerdo con una sonrisa en “El viaje a ninguna parte” diciendo aquello de “Estaba deseando que llegara…Señoriiiiito…. para decirle una cosa un tanto….delicá”. La muerte de Michael Jackson, de la que precisamente mañana se cumplen 3 años, ha sido sin duda la de mayor repercusión mundial de varias generaciones, comparable quizás con la del asesinato de Lennon. Por mucho que pretendamos negarlo, estas muertes nos afectan de una u otra manera, aunque no nos unan lazos familiares ni afectivos. ¡Maldita seas muerte, que en vez de llevarte a nosotros nos robas a aquellos a quien más amamos! Aunque bien pensado, al llevártelos no nos los robas, sino que nos los guardas a buen recaudo en el tiempo y en el recuerdo. El extraterrestre Leonardo Da Vinci mantenía la máxima que aseguraba: “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”. Para acabar de nuevo con Juan Luis Galiardo , no puedo dejar de recordar con especial cariño aquel breve papel del empresario Ruiz del Río en la imprescindible “Así en el cielo como en la tierra” del genial José Luis Cuerda, donde maravilla al mismo Dios con su incontenible verborrea. En aquella inolvidable secuencia, Galiardo, locuaz, algo demagogo pero brillante al fin y al cabo, consigue evitar el por otro lado desastroso Apocalipsis, montado al alimón por Dios (Fernán Gómez), Jesucristo (Jesús Bonilla) y un palomo cualquiera como Espíritu Santo. Además, no contento con evitar su muerte y la del pequeño grupo de apresados, se lleva de vuelta a la Tierra a un ligue del Cielo que se ha camelado previamente para ponerle un piso. Genial como siempre el bravo actor. Canalla, galán, irresistible como no puede serlo quien quiere sino quien puede y además le dejan. Brindo con mi mejor Loch Lomond por usted, paisano. Pues siempre será grande, así en el Cielo como en la Tierra.

 

Publicado en Diario HOY el 24/06/2012

Don de LOCH LOMOND

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