Enrique Falcó. Internaúfrago
El domingo pasado me divertí mucho, más de lo habitual quiero decir, escribiendo para ustedes, mis queridos y desocupados lectores, sobre Draghi, bálsamos, algún que otro bicho, ungüentos y sobre todo de la apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Pero en aquella ocasión el bálsamo de Draghi (que como profeticé cual arúspice de pacotilla no fue tal bálsamo sino más bien bicho) era prioritario, y no pude profundizar lo que me hubiera gustado en lo que concierne a la parte musical de la moderna ceremonia que pudimos disfrutar los mortales melómanos.
He confesar que me emocioné especialmente al escuchar los primeros compases del “Tubular bells” original, aquel que el gran Miguel Campo Viejo, o si lo prefieren Mike Olfield, regaló como tema central de la banda sonora a la por entonces terrorífica “El exorcista”. La emoción ascendió al más puro entusiasmo cuando pude contemplar al propio Mike Olfield interpretando en persona la majestuosa linea de bajo de las campanas tubulares, una de las pocas piezas en las que el virtuoso guitarrista cede protagonismo al bajo en detrimento de las vihuelas eléctricas.
Su guitarra brilló poco después, en el solo de una de mis canciones favoritas, “In dulce jubilo“, tema que todo amante de la buena música debería conocer y disfrutar, pues realmente le anima a uno el espíritu, y no solo el olímpico. Lamentablemente no le dejaron tiempo para mucho más. El colofón habría sido que el multiinstrumentista británico hubiera invitado a la vocalista Maggie Reilly para que juntos interpretaran la que seguramente es junto a la anteriormente citada “tubullar bells“, la canción de más éxito del virtuoso de Reading. Me refiero naturalmente a la bella pieza “Moonligh Shadow“.
Es curioso que salga a relucir esta canción, pues el propio Michael Gordon Olfield reconoce que tal vez pudo influir en su composición (inconscientemente o no) la muerte del líder de los 4 de Liverpool, el malogrado John Lennon, asesinado en 1980 por un maldito loco que no ostentará el dudoso honor de salir mencionado en esta tribuna.
Quizás Lennon, Harrison y Ringo Starr fueron (junto con los Monty Phyton) los grandes ausentes de una noche en la que estaban llamados a ser protagonistas. Todo el mundo esperaba a los Beatles, la música de los Fab Four, incluso una de las dos canciones que interpretaron los “Artic Monkeys” fue el “Come Together”, aquella canción que abría el último disco del grupo más grande de la historia, “Abbey Road” y que John Lennon interpretaba como nadie a la voz principal.
Curioso que ése, el primer tema del disco, fuera el que diera paso a “The End” la última canción del mismo LP que esta vez Paul McCartney, el vanidoso McCartney, interpretaba antes de lanzarse con “Hey Jude“, una canción que el populacho ha convertido en himno universal, al igual que otras canciones de Los Beatles como “Le it be” o “Yesterday“, compuestas por Paul, y que no están a la altura de otras composiciones a la sazón menos conocidas del grupo.
Cualquiera que no tiene ni idea de los Beatles enseguida te reconoce que “Yesterday” es su canción favorita, con lo que reconoce abiertamente que apenas ha escuchado música de los Beatles además de quedar patente su ignorancia musical.
Pero ese no es ahora el caso que nos concierne, sino la ocasión perdida por Paul McCartney de mostrarle a la historia que su trauma está curado, y la herida ha cicatrizado para siempre. Cualquiera que no me conozca podría pensar que el menda siente aversión por el viejo McCartney, nada más lejos de la realidad, si bien desde la edad adulta mantengo un conflicto callado, una especie de relación amor/odio, que me obliga a desmitificar al gran músico y mostrar al vanidoso humano que McCartney siempre ha llevado en su corazón.
Desde bien pequeño fue mi beatle favorito. Quizás podía ayudar que de los tres miembros con vida era el que ostentaba la carrera más popular. En seguida comencé a familiarizarme con su voz, y muy especialmente con su bajo, instrumento con el que ya ha trascendido a la historia de la música, y no solo por su nivel como instrumentista, sino por la manera de conducir sus canciones dotando a la guitarra de bajos de una importancia realmente relevante.
Antes de que Sir Paul se colgara su viejo Hofner, el bajista en una banda era normalmente el músico con menos talento del grupo para tocar la guitarra. Sus lineas solían ser planas y regulares y a partir de McCartney todo ello cambió. Era con diferencia el mejor músico de los 4, y quizás por qué no, el productor y arreglista musical en ausencia de George Martin.
Publicado en Diario HOY el 05/08/2012