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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

La canción del pollino

 

Enrique Falcó. Honrado indignado

Ustedes ya me conocen mis queridos y desocupados lectores de HOY. No soy amigo de la demagogia, ni del reprobable ejercicio de menospreciar al prójimo, y más en el siempre engorroso y complejo mundo de la política, tan cruel, implacable y desagradecido como el sabor áspero y cruel del cemento de un viejo anden, tras una aparatosa caída en pos de subir a un tren en marcha que se escapa ante tus ojos en el último instante. Habitualmente prefiero regalarles los sentidos por el camino más humorístico, agradable, cotidiano o cercano, verídico o aventurero, en ocasiones quizás reivindicativo y casi siempre con un sano tono amable rebosante de buenas intenciones y algo de originalidad. Lamentablemente esta semana me resulta imposible, y se encontrarán en este Tribuna de opinión ante las reflexiones cargadas de impotencia de un ciudadano que ejerce el por otra parte siempre recomendable ejercicio del pataleo, cual tertuliano de pacotilla de cualquier canal de Intereconomía, La Sexta o más concretamente el despropósito Gran Debate con el que Jordi González nos tortura cada noche de sábado cuando no tenemos planes o peculio para evadirnos en los locales de ocio de la jungla de asfalto. Siempre he manifestado cierta simpatía por la ignorancia, ya que todos somos ignorantes, el problema es que no todos ignoramos las mismas cosas, por lo que debemos de luchar contra ella para no rebajarnos ante la vulgaridad, el atrevimiento y el peligro que implica su proximidad a la estupidez, para la que no existe en la realidad pócima o cura alguna conocida. Mi menda intenta ser lo más tolerante que puede, y en especial paciente con aquellos que llevados por la ignorancia promulgan aberración tras aberración por tragaderas que deberían ser selladas a perpetuidad. No obstante, y ya lo he reflejado públicamente, no soporto las “jodiuras”, y ni mucho menos las que llevan explícitas grandes dosis de mala leche y violencia gratuita. Tratar según que temas sin recurrir a la demagogia o al populismo más bochornoso es harto complicado, y más si se trata de justificar lo que verdaderamente es injustificable. Hace unos días, con los Medios Informativos previamente avisados, el diputado por IU Sánchez Gordillo junto a miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores asaltaron un supermercado y robaron varios carros cargados de alimentos básicos. Para ello no renunciaron a intimidar, insultar y golpear a algún que otro empleado de la gran superficie. Su objetivo, aparentemente, obtener comida para entregar a bancos de alimentos, aunque más tarde desenmascararon su intención de hacer ruido mediáticamente en pos de concienciar al personal y generar un debate sobre el problema de no poder garantizar los alimentos a toda la población en una época de crisis. Conste en acta que no estoy criticando la idea, la de concienciar, que no me parece mala, sino excelente, mas inaceptable en su forma. Hasta mi querido Tintín, símbolo de la lucha contra el mal (Corazón Puro lo denominaban los Lamas del Tibet) justifica en una de sus aventuras el robo, con aquella vieja máxima que asegura que quien roba a un ladrón tiene 100 años de perdón, pero nunca se le ocurrió hacer daño a personas inocentes. Nunca se me ocurrirá jamás en la vida reprobar a quien roba para poder comer, o dar de comer a sus hijos, pues aunque la muerte es horrible en todas sus formas, la causada por el hambre ha de ser sin duda la peor. Además el hambre convierte en ladrón a cualquier hombre, pero no puede un político cualquiera, un representante de los ciudadanos, y ni tan siquiera miembros de un sindicato que luchan por los derechos de los trabajadores, mancharse las manos con un robo en pos de hacer ruido o generar un debate.

¿Cómo el SAT puede presumir de defender los derechos de los trabajadores cuando atentan contra la integridad física de sus personas?

¿Cómo el SAT puede presumir de defender los derechos de los trabajadores cuando atentan contra la integridad física de sus personas?

Se me ocurre preguntarles a los miembros del sindicato que cómo no se les cae la cara de vergüenza cuando atentan contra la integridad de los trabajadores a quienes dicen defender, y para colmo con esa asquerosa prepotencia y actitud chulesca que ofrece la masa de la muchedumbre encolerizada. Es por ello que nunca he visto con buenos ojos los piquetes informativos, que de informativos tienen lo que mi cuerpo serrano de fibroso. Para colmo, al Coordinador General de IU en Extremadura, el señor Pedro Escobar, en un gesto de incuestionable estupidez, no se le ha ocurrido otra cosa que aplaudir la salvajada de Sánchez Gordillo públicamente, y catalogar como de “éxito” una acción que cualquier ciudadano honrado y con sus facultades psíquicas en condiciones ha de repudiar categóricamente. Insisto. La idea de transmitir un problema tan grave es buena. Y es óptimo tener buenas ideas, que inevitablemente han de conducirnos hacia las buenas acciones. Pero se hubiera podido conseguir el mismo ruido o la misma atención sin mostrar públicamente el peligro que supone que cada uno nos tomemos las justicia por nuestra mano. Pedro Escobar incluso se inmola en su humildad al lamentar no haber sido él mismo el impulsor de un gesto cargado de “simbolismo” y que ha resultado ser un “éxito”.

Escobar y Sánchez Gordillo siguen con la misma canción. La canción del pollino.

Escobar y Sánchez Gordillo siguen con la misma canción. La canción del pollino.

Quien suscribe dista mucho de coincidir con Escobar en el significado de la palabra éxito, cuanto menos en los denominados gestos cargados de “simbolismo”. Aprovecho públicamente para echarles a ambos en cara la frase con la que un gran amigo mío se despachaba en Twitter, horrorizado y a la vez avergonzado por tan deleznable acto: “Con el hambre de los demás no se juega a hacer política. Asaltar supermercados, agredir a cajeras, regodearse de la hazaña y esconderse en el cargo no es propio de la izquierda, es de ser cobarde”. Desde el lamentable hecho han trascendido voces a favor y en contra de los chorizos del supermercado (no confundir con los deliciosos embutidos) y no faltan los que aseguran que quienes condenan a Gordillo y a los suyos pasan por alto delitos más susceptibles de ser penados, como los cometidos presuntamente por Urdangarín o Rato entre otros. Pero seamos realistas. La mayoría de bien nacidos en un país democrático condena una acción que constituye un delito según nuestro código penal, y a diferencia de los más demagogos todavía no se han escuchado voces aplaudiendo a aquellos otros presuntos ladrones públicamente, al contrario que Pedro Escobar, quien como Sánchez Gordillo sigue con la misma canción. La canción de ambos, que nunca podrá ser comparada con otras ilustres como la Canción del Pirata del extremeño Espronceda, aquel canto inmortal a la libertad, una libertad de las que otros hacen un uso indebido o mal entendido. La canción de quienes se creen por encima de la Ley. La canción del pollino.

 

 

 

Publicado en Diario HOY el 12/08/2012

 

Don de LOCH LOMOND

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