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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

No me pises que llevo chanclas

Enrique Falcó. Látigo de los horteras veraniegos

Como niños que son Bart y Milhouse calzan pantalón corto. ¡No creo que los lleven a los 30!

Como niños que son Bart y Milhouse calzan pantalón corto. ¡No creo que los lleven a los 30!

 

Ante todo y para ir dejando las cosas bien claritas he de confesar ante ustedes que nunca hizo mella en mí el mundo de la moda, y que jamás he sentido emoción alguna al presenciar trapitos y prendas varias de vestir. Cuanto menos ante anuncios de vaqueros, camisas o trajes, y ni por asomo ante acontecimientos de pasarela. Porque yo, mis queridos y desocupados lectores, no me visto, no me gusta, más bien me tapo. Quizás en mi época de adolescente sí que pude tener esa especie de tontuna por calzarme como mi admirado Mikel Erentxun, ostentando fijación por la melena (que como bien imaginarán me quedaba fatal, pues el pelo se me ondula cuando crece unos cuantos centímetros) y aquellas camisas de enormes cuadros escoceses, sin olvidar complementos absurdos como las horrorosas cruces de metal que al donostiarra tanto le prodigaban. Gracias a Dios aunque estaba en la edad del pavo jamás se me pasó por la cabeza mellarme el diente o tatuarme una rosa en el hombro para parecerme aun más al famoso cantante. Pero vamos, que la tontería me duró solo algunos meses, hasta que el ex vocalista de Duncan Dhu acabó la gira Naufragios 93, se cortó el pelo al uno y volvió a vestir como toda la vida. Ni siquiera dio tiempo a que me concedieran la tarjeta VIP de la tienda pacense “El Triángulo” por las numerosas cruces y camisetas del cantante adquiridas en pocos meses. Por lo general llevo toda la vida disfrazando mi desnudez con la ropa que me regalaban mi madre, mis hermanas y mi novia, y actualmente, desde mi desgraciada extensión voluminosa a oriente y occidente, adquirir ropa se me antoja un suplicio, ya que en este país parece que solo pueden vestirse correctamente los anoréxicos y aquellos que miden menos de 160 centímetros. Mi aversión a la moda no implica que no guarde con decoro una pulcritud inescrutable a la hora de presentarme uniformado en las distintas ocasiones que socialmente y como a todos se nos presentan.

Armani viste a los hombres en pantalón corto... ¡Que no cuente conmigo!

Armani viste a los hombres en pantalón corto... ¡Que no cuente conmigo!

Jamás, a nos ser que me encuentre en las inmediaciones de la playa (o sea, en el chiringuito de turno) se me ocurriría lucir pantalones cortos. Una horripilante moda entre jóvenes y no tan jóvenes que el menda achaca a una ordinariez en grado sumo. Será por aquello que quien suscribe recuerda los pantalones cortos como una época lejana, la niñez, tan feliz como la de cualquiera pero a la que le da una pereza insufrible volver. No es de recibo, ni siquiera para pasear en la calle, el uso de tan infantil, vulgar y poco apropiada prenda. Máxime si ésta es rebajada hasta la altura (o más abajo) de la rabadilla, mostrando hortera calzoncillo o “hucha” lechosa y peluda de muy complicada amnistía. El chándal y en general, las prendas deportivas, son otras vestimentas que me desconciertan profundamente cuando no son empleadas para el fin con el que fueron creadas en su día. La de la práctica del noble (y peligroso según a qué edades) deporte. Que jamás espere quien utiliza tan ordinaria vestimenta ascenso alguno en su trabajo, o en su estatus social, todo lo máximo ser el jefe de escalera o presidente de la comunidad de vecinos, y cuando el sorteo o turno rotatorio así lo estipule. Quien acude a trabajar en chándal (eximiendo claro está a los profesores de Educación Física), o a cenar a un restaurante, o a jugar a la ruleta o al póquer en un casino, no pueden recibir otra definición que la de horteras, si bien esta descripción más que un insulto parece un piropo en los tiempos que corren, y lo digo por experiencia, al comprobar escandalizado como amigos, compañeros y familiares lucen orgullosos sus flamantes y carísimos chándales a la primera ocasión que les brinda la providencia. Quienes portan pantalones cortos o ropa deportiva, inevitablemente son lo primeros que se despojan de la chaqueta en una boda, alguna reunión importante de trabajo o un acto de trascendental importancia. ¡A ver si nos vamos enterando! El sofocante y soporífero calor jamás ha de servir como excusa para desprenderse de una prenda que consigue otorgar al más zafio animal racional una dignidad y condición humana que seguramente no posee el interfecto, pero bien no ha de susceptible de extenderlo gratuitamente y a viva voz al resto del mundo.

El capitán Bender no se quita la chaqueta para comer, al igual que su querido

Gracias al cielo ya casi no se ven zapatos de rejilla, una prenda que, estarán de acuerdo conmigo, habría cuanto menos que prohibir bajo pena de arresto domiciliario. El problema son las chanclas, o las sandalias, que una vez más y fuera de los alrededores de la playa o de la piscina, no deberían de ocupar tan generoso lugar en nuestros armarios. Algunos inconscientes hasta las usan para conducir, deleznable hecho que debería estar perseguido y multado por el peligro que supone manejar los pedales del automóvil con una prenda que puede desprenderse fácilmente del pie y provocar entre otros el bloqueo del freno, ocasionando graves accidentes. Tampoco es aceptable portar y pasear el uniforme de la empresa donde te ganas la vida fuera de las dependencias de ésta. ¡Qué vulgaridad! Sencillamente horrible, en especial si el hábito es expresamente pintoresco. Ya les he expuesto alguna vez el tema de la normalidad. De lo difícil que es practicar el siempre aconsejable ejercicio de la discreción, también por supuesto en el vestir. Sé que no siempre es fácil, y más con los rigores del verano, pero a pesar de las enseñanzas del venerable maestra Yoda (hazlo o no lo hagas pero no lo intentes) nosotros debemos demostrar gran entereza e intentarlo las veces que haga falta. Como muestra de leal solidaridad les confesaré que quien suscribe, el menda, yo mismo, me he paseado en chanclas y en bañador en el hotel de mis recientes vacaciones, y que incluso he desayunado y comido ataviado con tan singular vestimenta. Cuando trabajaba en la rotativa del HOY encartando publicidad utilizaba pantalones cortos y camisetas de manga corta, casi siempre roídas y desgastadas, ya que se nos agujereaban debido al material de la mesa donde desempeñábamos nuestra función. Cuando trabajaba temporalmente el centros como CARREFOUR o la fábrica tomatera de CONESA me paseaba por toda la ciudad con el uniforme. Hasta bien entrado los 18 o más no calzaba otra cosa en mis pezuñas que zapatillas deportivas, e incluso he de reconocer que el chándal era mi inseparable amigo en el colegio casi a diario, y no siempre por la práctica del noble deporte del baloncesto. Conste en acta esta muestra de valentía y sinceridad del autor en pos de concienciar al personal de tan difícil y ardua tarea. ¿Qué esperaban? Todos tenemos derecho a equivocarnos. Ser normal exige mucho.

Publicado en Diario HOY el 19/08/2012

Don de LOCH LOMOND

Sobre el autor


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