Enrique Falcó. Sin espíritu navideño
Quede constancia pública, y que este artículo así lo certifique, que no me prodigo mucho últimamente por centro comercial alguno. No es que hayan hecho mella en mí los agoreros de “El Faro del Guadiana” en Badajoz, al que le vaticinan una desgracia tras otra desde el día de su inauguración, pero hasta dentro de unos meses no tengo intención de asomarme por allí. Los Carrefour también me producen una vagancia soporífera, por aquello del enorme tamaño y estar todo tan lejos, y la última vez que me dejé caer por El Corte Inglés fue para comprarme el último de “Manolito Gafotas” de Elvira Lindo hace ya varias semanas.
Supongo que muchos de ustedes pensarán que como siempre, es por culpa del poderoso caballero ¡Cómo no! Mis queridos y desocupados lectores ya me tienen “calao” hasta los huesos, son casi tres años un domingo tras otro dando a la tecla para HOY, y son conocedores de que quien suscribe no deja de quejarse y blasfemar por el Cetro de Ottokar de esas inconcebibles e irreconciliables diferencias que parecen existir entre los más jóvenes de nuestra sociedad y el vil metal. Pero no es oro valga la redundancia todo lo que reluce, o en este caso deja de relucir, por aquello de brillar precisamente por su ausencia o poca o muy escasa presencia. Los grilletes del oro son mucho peor que los del hierro, y no hemos de olvidar que la edad de oro retorna al hombre cuando, aunque sólo sea momentáneamente, se olvida del oro.
El dinero no lo es todo. Ni siquiera para lo malo. Existe en mi cuerpo serrano algo así como una desazón, una incómoda alergia, un sarpullido espiritual que me hace entonar cierta alerta, un “Quien vive” al más puro estilo Ortega y Gasset (Esa gran pareja como tantas célebres… Ramón y Cajal sin ir más lejos), a la hora de acercarme a los abarrotados templos del consumismo desde finales de Noviembre hasta mediados de Enero. Ya se imaginarán los más ávidos por donde van los tiros:
Los villancicos, naturalmente. No los soporto durante 363 días al año, 364 en bisiestos como éste. Aquellas composiciones musicales, otrora canciones profanas con estribillos de origen popular, que han degenerado en piezas que únicamente hacen referencia a la Navidad. Y por eso mismo son canciones que habría que hartarse de cantar y berrear en Navidad, o sea, el 24 y el 25 de Diciembre. Con o sin zambomba. Con menor o mayor acierto en el acompañamiento con la pandereta, pero nunca fuera de estas fechas. Si acaso alguna honorable excepción a uno de mis predilectos: “Ya vienen los Reyes Magos”, el cual procede a honrosa amnistía si se canta en la víspera del 5 al 6 de Enero, poco antes que Sus Majestades (Jamás el hortera y zafio Tío Santa yanqui) se dispongan a repartir regalos y carbón, aunque sea dulce, a partes desiguales.
Existe en este hortera país la horrorosa costumbre de anticipar primero y después alargar interminablemente las fiestas, sean cuales sean. Y así, en cualquier tienda o centro comercial, podemos encontrarnos a cualquier hora machacones villancicos que nos recuerdan que esta noche es noche buena y mañana Navidad, algo ridículo y que no ha lugar si nos encontramos a 29 de Noviembre o a 7 de Enero.
Por otro lado siempre resultarán inexplicables y casi inconcebibles las absurdas y utópicas letras de estas cancioncillas que no dejan de desconcertarme profundamente desde mi más tierna infancia, no tan lejana como muchos podrán pensar. ¿Qué tendrá que ver que ya vengan los Reyes Magos caminito de Belén y de pronto se diga aquello de “olé, olé y Holanda y olé, Holanda ya se ve?”. Inaudito y al menos inesperado en grado sumo. Es como aquello de “pero mira como beben los peces en el río” o el “yo me remendaba yo me remendé yo me eché un remiendo yo me lo quité”.
¡Turrones, polvorones, renos, gorritos de Papá Noel y villancicos a todo meter desde Noviembre hasta El 8 de Enero! Algunos de los tópicos que consiguen que año tras año me deprima más por estas fechas y le tenga más manía a unas Navidades para las que todavía falta un mes y ya estoy hasta el gorro… de Papá Noel.
Menos mal que existen otros tópicos más anecdóticos y amables que consiguen añadir unas pinceladas entrañables en estas fiestas, y es que siempre podemos disfrutar de grandes canciones y mejores películas. No sé si será casualidad pero en breve comenzará a sonar en las radios el “Last Christmas” de Wham, gran canción de aquel dúo de George Michael y otro tío que nadie sabe qué hacía y ni mucho menos qué hizo después o a qué narices se dedica ahora. Ya les conté el año pasado que aparte de las dos palabras del título no hay mención alguna a las navidades, y aun así no deja de considerarse una especie de villancico moderno, que al menos al menda le agrada mucho más que alguno de los más tradicionales. Así como temas de Phill Collins como “You can´t hurry love” o el delicioso “In dulce Jubilo” de Mike Olfield”.
En la tele volveremos a disfrutar de “clasicazos” de obligada revisión anual de toda la vida como “Ben Hur” o “Qué bello es vivir” y cintas de mi adolescencia que siempre emiten en navidades, como “Los Goonies”, “Willow”, “Los Gremlis” y más recientemente “El señor de los anillos”.
Les confieso, y no es porque sea Ateo, gracias a Dios, que dese hace muchos años me arriba a la sesera la idea de que llegará el momento en que desaparezca la Navidad tal y como la entendemos ahora. Quizás cuando los jóvenes de hoy ya seamos más viejos y nuestros padres y mayores ya no estén con nosotros, y sean nuestros hijos y nietos los que pongan freno a esta ola de consumismo desenfrenado y una tradición, que no nos engañemos, muy poco tiene ya que ver con el fervor religioso. Pero como diría mi buen Abraracúrcix el galo, al que le aterra la idea de que el cielo le caiga sobre la cabeza “Eso no va a pasar mañana”. Por lo tanto inaugurada queda, y más pronto que nunca. Ya es Navidad… en el Diario HOY. Y en Don de Loch Lomond, por supuesto.
Publicado en Diario HOY el 25/11/2012