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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Baby boomerang

 

Enrique Falcó. Emancipado tardío

 

No sería extraño que tal y como está la cosa Bart, lisa y la pequeña Maggy tengan que regresar algún día al domicilio familiar.

No sería extraño que tal y como está la cosa Bart, lisa y la pequeña Maggy tengan que regresar algún día al domicilio familiar.

 

Desde bien pequeño, y gracias a los tebeos de Zipi y Zape (para que luego les echen las broncas a los niños por leer cómics) tuve constancia de que 1979 fue el Año Internacional del Niño. Los vástagos de don Pantuflo siempre se lo recordaban a su progenitor cuando este se disponía a castigarlos o reprenderlos por alguna mala acción. “¡Papá que estamos en el Año Internacional del Niño!” gritaban Zipi y Zape excusándose al unísono mientras de fondo aparecía un calendario de 1979. Curioso año el 1979. Último del baby boom en España, es decir, del notable incremento de la natalidad que se produjo en este país desde el final de la Guerra Civil, intensificado en las décadas de los 50 y 60 y durante la Transición. A partir del penúltimo año de la década de los 70 la natalidad comenzó un declive muy acentuado. Hasta la fecha no se ha producido un fenómeno de índoles parecidas en España, quizás algo lógico, debido a que las circunstancias en que se originó son muy específicas. En 2009 se tuvo constancia de un pequeño aumento significativo, y no sé muy bien si medio en serio medio en broma, se comentaba en algunos medios el sorprendente baby boom experimentado en Marzo de 2011, consecuencia de la euforia, alegría y sentimiento patriótico que experimentó la sociedad española con la consecución del Mundial de Fútbol 2010 en Sudáfrica. Es de suponer, que tan recomendables sensaciones vividas acabaron experimentándose en privado por muchos. Pero corramos un “estupído” velo, mis queridos y desocupados lectores, ya que quiero compartir con ustedes otro fenómeno, de nombre parecido, pero de consecuencias horribles. Se trata de lo que ahora se denomina baby boomerang, que nos afecta a los jóvenes y no tan jóvenes de hoy, y en consecuencia y de manera más que directa también a nuestros sufridos padres. Hasta hace pocos años, el abandono del domicilio paterno, la deseada emancipación o independencia, era poco más que una elección personal. Los españoles siempre hemos sido los jóvenes que más tarde hemos abandonado el nido. En casa de los padres se vivía muy bien, ya lo creo, a mesa y mantel puestos, con mamá cuidando de lavarte y plancharte la ropita y sin faltar de nada. Vale que a lo peor la tele del salón siempre estaba acaparada, o que tenías que esperar tu turno para ir al baño, pero merecía la pena. Si queríamos echar un “kiki” aprovechábamos cuando la casa quedaba desierta o incluso el coche familiar. Nada de preocupaciones. Las facturas de la luz o el gas no eran de tu incumbencia, y aquello de la hipoteca te sonaba a chino. Tu tranquilamente a estudiar, o incluso a ahorrar si ya estabas trabajando, o qué narices, a gastarte todo tu dinero en caprichitos, que ya tenías cubierto todo lo necesario.

Lo que antes era una elección se convierte en una dura imposición cuando nos golpea en la cara la triste realidad con toda su crudeza. Y no me refiero ya solo al abandono del domicilio paterno, sino al regreso a éste, ya que ambos fenómenos comparten la similitud de que se producen por pura supervivencia. La crisis sigue siendo la principal culpable, y si no al menos ahonda buena parte de culpa. No sólo los que se quedan en paro tienen que volver, ya que los precarios salarios de algunos no les sirve ni para cubrir lo más necesario. Las separaciones y divorcios también son una causa importante, y algunos padres se ven en la tesitura de tener que acoger no sólo al hijo sino también a sus parejas o retoños, lo que indudablemente complica un poco más la vida y el bienestar de todos. El menda fue uno de aquellos jóvenes que de forma tardía se atrevió a abandonar el núcleo paterno, entre una mezcla de necesidad imperiosa de comenzar su propia vida y algo de vergüenza ajena por continuar arropado por la falda materna. Cuando comienzas a comprender que el baño y la cocina no se limpian solos, o que si no recoges y lavas tu ropa no podrás contar con ella cuando la necesites, empiezas a cogerle el gustillo a eso de vivir en tu propia casa. Tu mandas, tu haces y deshaces. Tu casa, tus hábitos, tus normas. Retornar al domicilio paterno, y eso teniendo en cuento que después de todo no deja de ser un alivio poder contar con tu familia, se antoja muy duro, y es un paso atrás que necesariamente ha de manifestarse en tu estado de ánimo, o más bien de desánimo. Para los padres no ha de ser menos duro, y no solo por aquello de tener un boca más que alimentar o el acaparamiento de espacio, que después de todo es lo menos importante, sino por ser testigos día a día de la frustración  de sus hijos, carne de sus carnes, por los que tanto trabajaron y se esforzaron, para que tuvieran una vida mejor que la de ellos. Hace ya mucho tiempo que a nadie se le ocurre soltar la gracia aquella de “Yo pienso vivir de mis padres hasta que pueda vivir de mis hijos” entre otras cosas porque no tiene ni puñetera gracia y además se presupone de muy complicada ejecución. Sea como sea, y a pesar del entendible desánimo y frustración hay que sacar redaños de donde no quedan y tomárselo como un episodio temporal y breve, que nunca querremos recordar. A lo largo de estos últimos años, voy comprobando cómo mi antigua habitación familiar se va convirtiendo en el despacho de mi padre, y mis armarios y estanterías van escondiendo distintas pertenencias que otrora fueron mis enseres personales. Espero que mis padres nunca tengan que remodelar mi vieja habitación. Un abrazo a quienes lo están pasando mal, desde estas humildes lineas de quien suscribe, que no es más que un joven de su tiempo, trabajador como cualquiera, que lucha por subsistir en este valle de lágrimas a donde hemos venido a llorar lo menos posible. Una palmada en el hombro de sana camaradería para aquellos que piensan que este maldito mundo los ha desechado por la puerta de atrás. Recordad mis queridos cangrejos del Guadiana, que quien persevera vence.

¡Menos mal que los padres siempren están ahí!

¡Menos mal que los padres siempren están ahí!

Y finalmente, la mayor de las gratitudes, el respeto más reverencial y el reconocimiento más sonoro para vosotros nuestros padres, que a pesar que de una u otra manera nos metisteis en esto, siempre estáis ahí, haciendo lo imposible para que no veamos un mundo tan negro. Sacándonos los colores ante nuestros propios hijos, ya que ni en nuestra mayor utopía podremos soñar con parecernos en algo a vosotros.

 

 

Publicado en Diario HOY el 15/07/2012

 

 

Don de LOCH LOMOND

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