Barcelona 92. Sin duda los Juegos Olímpicos más importantes, emocionantes y emotivos para los de mi generación.
25 de Julio de 2012, ¡Por fin arranca la Olimpiada de Londres 2012! Se recuerda mucho en los últimos días que son 20 los años que han pasado ya desde aquellos memorables Juegos Olímpicos de Barcelona 92. No sé donde estarían ustedes o si se acuerdan o no, pero yo aun los rememoro como si fuera ayer. Tal vez me pillaron en el momento más oportuno de mi vida para disfrutarlos: Verano de un recién acabado Octavo de EGB, con apenas 14 años recién cumplidos y una ganas enormes de comerme cada especial momento que tornaría a histórico. Contaba con ilusión e impaciencia los días que faltaban para el arranque de los Juegos desde el comienzo del verano, por lo que la Ceremonia de Apertura no podía presentarse de manera más deseada.
Hoy, 20 años después, las ganas y la ilusión no son ni por asomo las mismas, ni la situación, ni el momento, ni siquiera la oportunidad. Echaré un vistazo desde el trabajo si los clientes me lo permiten, pero no creo que vuelva a emocionarme como con aquel emocionante “HOLA” , el número del Mediterráneo o el fascinante encendido con flecha de la antorcha olímpica. No creo que sea solo cuestión de falta de tiempo la que me impida tumbarme a mis anchas en el sofá como antaño y disfrutar a diario de cada prueba. Salvo contadas excepciones como el baloncesto, apenas estoy al tanto de los deportistas (españoles y de los demás países) que acuden a los Juegos, y ni mucho menos espero poder encontrarme con las gimnastas Tatiana Gutsu y Kim Zmeskal que me tenían enamorado como a un quinceañero en el que aun no me había convertido.
Aún así no puedo negar una especie de hormigueo. Una pequeña brizna de ilusión que me impulsa a sentir que después de todo, una Olimpiada más, es algo digno de vivir sintiendo cada momento como el último, y que seguramente dejará grandes momentos para la historia que merecerán ser evocados. De lo que estoy más que seguro, es que esas especies de hormigas que corretean por mi estómago no son más que los restos del niño de ayer, que se resiste a abandonar definitivamente, cual inquilino moroso, lo más profundo del corazón del hombre de hoy.