Ayer estaba muy contento. Tampoco como unas castañuelas pero sí de buen humor. Quien suscribe tiene sus problemas como todos, y más a último de mes, pero uno siempre trata de burlar el pesimismo que nos invade últimamente disfrazándolo de optimismo y poniendo al mal tiempo buena cara.
Además acababa de estrenarme como tertuliano en la radio por la mañana, en el programa de Canal Extremadura “El sol sale por el oeste” y la verdad es que sentía buenas vibraciones.
Todo resultó muy divertido y el momento fue de lo más agradable. Ostento una experiencia más que discreta en radio, pero siempre en formato de entrevista, nunca colaborando en una tertulia.
Lo pasé realmente bien y me encontré muy cómodo, como si huera estado realizando labores de tertuliano toda mi vida por lo que repetiré lo más seguro el martes que viene.
Al llegar a casa me regalé los sentidos con un arroz amarillo con pescado que me queda la mar de bien, con ese toquecito entre caldoso y seco que al menda tanto le gusta. La siesta reparadora y reconfortante, y antes de acudir al tajo una llamada del siempre excelente servicio de atención al cliente de Citroen. Por lo visto la avería no era para tanto, y me harían un buen descuento.
Fue en los aledaños de mi trabajo, en el Gran Hotel Casino de Extremadura donde me topé con él. Ya lo conocía de vista.
Desde hace unos cuantos años aparece y desaparece por temporadas, y aparca coches, o ayuda a aparcarlos, o cualquier cosa a la que se dediquen estos denominados “gorrillas“.
Este particularmente no tiene mala sangre. A mi personalmente me cae bien. Incluso nos saluda con un “buenas tardes” o un gesto amigable con la mano a los trabajadores del complejo.
Es el tipo de hombre que sabes que no te dará problemas nada más mirarlo de frente a los ojos. Pero ayer se me acercó. Nunca me había pedido dinero y tampoco lo hizo en esta ocasión. Me miró a los ojos, con la más triste de las miradas y más que hablarme me imploró:
“Por favor” – suplicaba – “¡Tengo hambre! ¡Cómprame un bocadillo! ¡Tengo 43 años, no voy a volver a pedírtelo en la vida, pero por favor… tengo mucha hambre!”.
Sé que cualquiera pensará que es una burda excusa para sacar dinero, que es un truco muy viejo ese de dar pena aludiendo al hambre para procurarse alcohol, tabaco u otro tipo de drogas, pero les aseguro que había algo en aquella mirada y esa voz que me partió el alma y me maldije a mí mismo por no llevar dinero y no poder comprarle ese bocadillo, que si bien no hubiera limpiado mi conciencia, al menos me habría permitido pasar una noche tranquila, sin darles vueltas a la cabeza a esas frases que no se evaporarán fácilmente de mis peores pesadillas: “¡Por favor… tengo hambre!”