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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

El país de las ultimas cosas

 

La imprescindible novela de Paul Auster

Enrique Falcó. Tacaño a la fuerza

No sé si a ustedes les ocurrirá lo mismo, pero desde luego quien suscribe ya no disfruta haciendo la compra como antaño, cuando se dejaba arrastrar por los pasillos del súper de turno, embaucado y seducido por sueños comestibles que ya pertenecen a tiempos mejores, llenando el carro hasta las trancas siguiendo la máxima que reza que “más vale que sobre que no que falte”. Se presentan peores tiempos. Ahora toca hacer la cuenta de cabeza, como cantaba Santiago Auserón en la canción de Radio Futura “Veneno en la piel”, y seguir la lista de la compra o la compra de la lista, o de los listos amigos de lo ajeno, que ya no sabe uno qué inventar para estirar el menguante estipendio. Les aseguro que así pierde la mayor parte de su encanto. Poco a poco vamos sacrificando más, y pasamos primero por aquello de salir menos a a tapear, a cenar y a comer fuera de casa, después por comprar más Loch Castle en vez de Loch Lomond, hasta que llega el momento en que ves que la realidad te muestra lo duro que resulta obtener lo más necesario. Yo, les aseguro, antes no era así, pero de unos meses hasta ahora me estoy volviendo un tacaño insoportable y gruñón, y me parezco cada vez más a esos entrañables vejetes de las películas que cargan continuamente contra la juventud que pisa el césped añorando tiempos pasados, tiempos mejores. Fui consciente de este hecho hace algunas semanas, cuando me indigné más que alarmé al comprobar que los garbanzos que vengo comprando desde hace años casi llegan a los 4 euros. “¡Qué me lleven los demonios!” Me sorprendí a mí mismo maldiciendo a voces. El problema es que el menda sigue siendo joven, y tanto si mira hacia arriba como más abajo el panorama no es menos desolador. Como no hay mal que por bien no venga algunos estamos perdiendo algo de peso, (de fisonomía oronda que diría algún desvergonzado ajeno en una ida de olla, o de pingolla) caminando sin ningún tipo de espíritu deportivo en pos de la medalla de oro al ahorro en combustible. Porque esa es otra, echar gasolina decididamente se ha convertido en un lujo del que no todos vamos a poder disponer como hasta ahora. Me vienen a la cabeza aquellas divertidas historietas de Zipi y Zape del maestro Escobar, siempre tan exagerado como tronchante con el precio de la merluza fresca y la gasolina súper. Parece que estoy viendo ahora mismo a don Pantuflo Zapatilla, digno catedrático de Filatelia y Colombofilia, pagar unos litros de gasolina llorando, mientras se despide de los zapatos que pensaba comprarle a sus “nenes” (apelativo con el que el gran padrazo y doña Jaimita se refieren a sus vástagos) y del quilo de patatas al que le había echado al ojo. Mientras, el gasolinero de turno, también con lágrimas en las pupilas, lo anima cariacontecido como buenamente puede para fundirse en un abrazo de melancólica camaradería.

 

¡Qué ricos los pollos de Portugal con su salsita picantona!

¡Qué ricos los pollos de Portugal con su salsita picantona!

 

En unos meses recordaremos con nostalgia (el menda ya lo hace, como el bueno de don Pantuflo, pero con lágrimas en el estómago) lo que nos gustaba (especialmente a los pacenses) acudir los fines de semana a comer o cenar al país vecino, amparados en sus riquísimas especialidades (marisco, pollos con salsa picantona, bacalao dorado, lulas con bacon, frescos y deliciosos vinos verdes) y sus económicos precios, que a pesar de la subida del IVA en su país han mantenido los hosteleros con esfuerzo baldío, ya que  el  ascenso imparable de la gasolina le resta el escaso atractivo económico que sugería. Los establecimientos destinados a los más jóvenes, siempre con menos recursos, como hamburgueserías o pizzerías se convierten ya en establecimientos para adultos con precios desorbitados. El cine, el teatro, o los acontecimientos deportivos son cada vez más inaccesibles, y en breve asistiremos seguramente a una importante caída en líneas de fibras ópticas, adsls, y lineas de móviles y teléfonos fijos. Todo sube con el IVA mientras baja nuestra calidad de vida. Duchas más cortas, menos aire y calefacción, nada de renovar el vestuario, y a pensárselo dos veces antes de poner la lavadora o el lavavajillas si no están lo suficientemente llenos. Por lo tanto esto es lo que se avecina. Jóvenes, y no tan jóvenes, explotados en el trabajo, ya que hacemos cada vez más horas cobrando menos, sin oferta de ocio, sufriendo calamidades y sin poder cultivar nuestro espíritu. “Panem et circenses” o lo que es lo mismo: Pan y circo, que decía Décimo Junio Juvenal en su sátira. El problema es que a nosotros el Gobierno no nos regala el trigo, y ni mucho menos entradas para el circo. Se nos está acabando la paciencia, y si no el pan, al menos sí la mantequilla con lo que lo untamos. De circo vamos bien sobrados, con el que montan casi a diario políticos, banqueros y chorizos en plan circo del sol, y otros más modestos, en plan payaso alegre y payaso triste (más triste que alegre) como los Sánchez Gordillo, Manuel Cañada, Víctor Casco, Pedro Escobar y los simpatizantes de  estos amigos de lo ajeno. En cualquier caso todos con su riñón bien calentito y sobrados de pan y vino. Nuestro país se parecerá cada vez más a “El país de las últimas cosas” de Paul Auster, un libro que trata sobre la miseria humana, y de lo lamentable que puede convertirse la vida de un hombre cuando su única meta es la de sobrevivir a cualquier precio. Háganse un favor y regálense su recomendable lectura. Les vendrá muy bien para  encajar mejor estos difíciles tiempos. Les enseñará, como a Anna Blume, a mirar con un  renovado respeto las cosas realmente importantes de la vida.

Publicado en Diario HOY el 02/09/2012

Don de LOCH LOMOND

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