Enrique Falcó. Orgulloso de lucir la bandera de su país
Una bandera y tres colores. Roja, amarilla y roja... ¡Quien no quiera verlo es ciego!
Desde bien pequeño (como diría Millán Salcedo: Recuerdo que era muy niño cuando nací) la bandera de España siempre llamo mi atención por lo bonito de sus colores. Nada menos que el rojo y el amarillo, mis dos colores favoritos. Nunca entendí aquello de roja y gualda, que total, igual da. Aunque eso de los dos colores tardé un poco más de la cuenta en asimilarlo, tanto el menda como sus compañeros de pupitre.
Aún recuerdo a la pobre doña Loli Márquez, mi “seño” de primero de EGB en el General Navarro (El mejor colegio de Badajoz), cuando intentaba sin éxito enseñarnos cómo eran las banderas de nuestro país y nuestra comunidad autónoma.
Con la bandera de Extremadura no hubo problema. Tres colores, Verde, blanca y negra.
Con la de Extremadura no hubo problema alguno y todo quedó bien claro desde el principio. “Niños” –preguntaba en voz alta doña Loli – “¿Cuantos colores tiene la bandera de Extremadura?” – “¡Tres!” – Gritábamos bien alto al unísono. “¿Y como es?” Volvía a preguntar doña Loli – “¡Verde, blanca y negra!”.
Hasta ahí todo perfecto. Pero de repente llegábamos a la enseña nacional y aquello ya no estaba tan claro. “Niños, ¿Cuantos colores tiene la bandera de España? “¡Tres!” volvíamos a gritar a viva voz para desesperación de doña Loli. “Roja, amarilla y roja“.
Doña Loli intentaba corregirnos “No niños, son dos colores…” “¡Tres!” volvíamos a gritar incapaces de concebir en nuestra mente que nuestra propia profesora no tuviera tan claro como nosotros una cuestión que era tan cristalina como evidente. “No, niños” – Doña Loli lo intentaba una vez más – “La bandera de España tiene tres franjas, pero son sólo dos colores porque…” “¡Tres!” Gritábamos de nuevo. Y doña Loli nos dejaba y nos daba por imposibles. Y es que a nosotros, cuando nos acostumbrábamos mentalmente a algo, era muy difícil hacernos cambiar de opinión. No sabíamos qué era eso de franjas ni nos interesaba lo más mínimo. Para nosotros la bandera de España tenía tres colores, y era roja, amarilla y roja. Quien no lo viera era ciego, así de claro, y nadie iba a hacernos caer del burro.
A muchos les molestó en su día que Gasol fuera el abanderado olímpico. A él se le ve encantado.
Sirva esta simpática anécdota, mis queridos y desocupados lectores, para mostrarles y hacerles entender que jamás la bandera de España ha supuesto problema alguno en mi persona, y cuanto menos nunca ha servido para hacerme una mala idea de aquellas que la ostentan sin complejo alguno. Bonita y llamativa, con mis dos colores (¡tres!) favoritos, no despierta más que emociones positivas y una pequeña brizna de orgullo y satisfacción.
Con o sin escudo nacional. Jamás con el rancio águila franquista ni con el hortera toro de Osborne que últimamente tanto se prodiga. A mí, el pollo me gusta a la plancha, y soy más de fútbol que de toros. Ustedes ya me entienden.
El pasado 12 de octubre, fiesta nacional aunque algunos tuvimos que currar como si fuera un día de diario, de la manera más natural, muchos ciudadanos españoles colgaron su bandera en el balcón de sus casas. Quien suscribe no tuvo que hacerlo, pues sigue ondeando la misma enseña que mi “cuñapa” Jesús me regaló pocos días antes de la Eurocopa 2012. Desde el momento en que la colgué, lució tan bonita, que decidí que allí se quedaría para siempre, hasta que consumida por la lluvia y el viento callera a fundirse en el asfalto para ser sustituida por otra.
Para septiembre del año que viene añadiré la de Extremadura. Este año no tuve tiempo, con la organización del viaje para la boda de mi amigo “el poeta” a quien por cierto, no le hace especial gracia lo de la bandera. Y no es el único. Este tiene que ser el único país en donde te miran mal por lucir los colores de la bandera de tu nación. Ya sea en un polo, en un reloj, en el coche o en el balcón de tu casa. En cuanto muestras simpatía por algo tan normal el apelativo y san Benito de facha es lo primero que se les ocurre a algunos para insultarte. Jamás lo harán si luces la bandera de Italia, de Francia, del Reino Unido o incluso la hortera estadounidense. ¡Por el Cetro de Ottokar! ¡Cómo es posible que a alguien le moleste y ofenda tanto una bandera que nos representa a todos!
No de forma muy ortodoxa pero así de digna luce la bandera de España en el balcón de mi hogar.
Tras la consecución de la última Eurocopa por la selección española de fútbol, se hablaba mucho en las tertulias televisivas y radiofónicas de pacotilla de la “normalización” que los más jóvenes habían hecho de la bandera nacional.
Personajes de alto calibre en televisión como la “venenito” Belén Esteban y Makoke, o Josemi en la radio narraban entusiasmados y maravillados cómo los jóvenes paseaban la bandera de España sin rubor ni ningún tipo de vergüenza. Vergüenza debería darles a ellos y a tantos catetos e ignorantes que insultan a la bandera de su país escupir tantas chorradas por semejantes tragaderas.
Y ahora voy a hablarte a ti, que tanto desprecio muestras por la bandera que te representa. A ti, que se te llena la boca de insultos contra las personas que lucen la enseña de su país en el balcón.
¡Qué eso no es malo! Y ni mucho menos reprobable. ¡Qué no te enteras o no te quieres enterar! Soy español, y soy extremeño. Y no sólo no me da vergüenza como a ti, sino que estoy orgulloso.
No soy ningún facha, y mucho menos un fascista. No tengo por qué ser de derechas ni votante del PP, ni ser homófobo, ni racista, ni nazi, y ni mucho menos mala persona por mostrar respeto y orgullo a la bandera de mi país.
Una bandera bien bonita y con tres colores preciosos. Roja, amarilla y roja. ¡A ver si nos vamos enterando!
Publicado en Diario HOY el 14/10/2012