Sé de muy buena tinta, que por este blog deambulan un buen número de lectores de mi quinta, de aquellos que tuvimos la suerte de nacer a finales de los setenta, los “treintañeros” de hoy en día, vaya. Si a muchos de ellos les comentara que ha muerto el gran actor Manuel Alexandre, es más que probable que la mayoría me devolviera una mirada incrédula y cargada de escepticismo, al desconocer seguramente la identidad del genial actor. Ahora bien, si les dijera que quien ha muerto ha sido el inolvidable Don “Mati”, el profesor de las entrañables películas del grupo infantil parchís, más de uno lo lamentaría profundamente, pues todos recuerdan la complicidad del genial profesor con nuestro grupo musical infantil favorito de entonces en aquellas películas que nos volvían locos.
Don Manuel Alexandre siempre ha sido un actor que en cada película me transmitía sentimientos positivos. Lo recuerdo por ejemplo como un San José cariñosísimo y lleno de ternura y comprensión en la imprescindible “Así en el cielo como en la tierra” del genial cineasta José Luis Cuerda, o en papeles como “Amanece que no es poco” o la impagable “Bienvenido MR. Marshall”. Pero además de un gran actor Don Manuel era ante todo un ser humano muy inteligente y lleno de ternura.
Recuerdo que a finales de los 90, con apenas veinte años, me encontraba en Madrid con mi grupo de entonces “Violent Popes”, en plena gira por la capital de España. Una tarde de compras, mi amigo y compañero de grupo Millán Vázquez, gran amante del Séptimo Arte (y que a la postre se ganaría la vida en este mundo, pues su empresa FREAK es pionera en la distribución de cortos por Internet) me imploró que acudiésemos al Café Gijón a tomar una copa, pues es cita ineludible de actores y literatos “una vez que fue, mi madre vio a Álvaro de Luna” – Me dijo – “Y le hizo mucha ilusión”. Yo conocía el Café Gijón gracias a la magnífica obra “El viaje a ninguna parte” de Fernán Gómez (novela y película) por lo que accedí encantado. No se lo creerán, pero nada más entrar nosotros apareció Álvaro de Luna (El Algarrobo) y nos estuvimos partiendo de la risa. Al rato llegó Don Francisco Umbral. Se sentó muy cerca de nosotros, y yo había colocado el abrigo muy cerca de donde se sentó el genial escritor. –”Disculpe Don Francisco”, le indiqué amablemente-“ahora mismo le quito de aquí el abrigo”- “De ningún modo Joven”- Me contestó con su imponente voz- “no me molesta en absoluto, muchas gracias”. El caso es que me gustó tanto visitar el Café Gijón que años después, a principios de la década, en 2005, volví con mi novia cuando nos hallábamos en la capital por un viaje de placer. Cual fuer mi sorpresa cuando al entrar escuché una característica voz que me hizo girar rápidamente el cuello para detectar en una mesa al bueno de Don Manuel Alexandre charlando animadamente con un par de jóvenes. Yo estaba verdaderamente emocionado, y al pasar junto a su mesa con la mayor educación del mundo entoné un “buenas tardes Don Mati” al que Don Manuel respondió con una gran carcajada y una sonrisa maravillosa “Ahí va otro de mis niños de la época” les comentó alegremente a sus interlocutores quienes tendrían más o menos mi edad. Sólo por aquella anécdota mereció la pena volver a visitar tan ilustre Café.
Hoy todo el mundo habla de que ha muerto un gran actor, un secundario de lujo. Estoy de acuerdo en casi todo menos en lo de secundario. Ha muerto un actor de lujo. Mi querido e inolvidable Don Manuel Alexandre. Hoy más que nunca brindo con una copa de mi mejor LOCH LOMOND por usted, por aquella inconfundible voz, por su inconmensurable ternura e incuestionable talento, por ser un excelente actor y una gran persona, como su personaje Don “Mati”, querido profesor.