Cada vez que hablo a mi madre sobre mis avances en la cocina reacciona de la misma manera. Me mira como diciendo aquello tan típico de las madres “¡Hijo mío, quien te ha visto y quien te ve!”. Yo creo que en el fondo no se lo cree, o se imagina que realmente lo que hago son chapuzas. Y claro, es que no puede olvidar que durante los 28 años que viví en casa de mis padres jamás cociné nada que no fueran unas hamburguesas o salchichas de urgencias, o alitas de pollo a la plancha (no sabía ni usar la freidora ni el horno, todo lo más el microondas y sólo para el café).
Pero está claro que eso no podía durar. El mismo Manuel Pecellín me describía en la primera crítica a mi libro “Don de Loch Lomond” como músico, cinéfilo y gastrónomo entusiasta. Y es que un tío al que le gusta tanto comer tenía que dar el paso necesariamente hacia el maravilloso proceso de la creación gastronómica.
Todo ocurrió de forma muy natural, cuando mi ex jefe (muy de izquierda y rojeras de boquilla para lo que le convenía) me despidió de un día para otro. Desde entonces no dejo de darle las gracias. Me encontré con un tiempo precioso que no disponía anteriormente para escribir y me convertí en articulista y bloguero del Diario HOY. Pero aun me sobraba algo de tiempo para que mi novia, con jornada de mañana y tarde, no tuviera que dedicar también tiempo para preparar la comida del día siguiente por las noches.
“¿Quieres que prepare yo la comida?” – Le pregunté. Yo creo que su primera reacción fue la de negarse en redondo a que me acercara a los fogones, de la misma manera que me tiene prohibido con orden judicial acercarme a la lavadora, pero supongo que estaba tan cansada que aceptó, y así, tras dos o tres noches de breves nociones y unos resultados tan satisfactorios como inesperados me convertí en el cocinero oficial de la casa.
Desde entonces, cada nuevo plato, por sencillo y típico que parezca, como por ejemplo una paella o una tortilla de patatas supone un gozo y un entretenimiento que sólo he experimentado con la música y la literatura. Sé que con apenas 3 ó 4 años de experiencia ni siquiera ostento la categoría de aprendiz pero la cocina se está convirtiendo en algo apasionante y me muero de ganas por seguir aprendiendo.
Existen tardes de trabajo, en las que mientras hago rodar los cilindros de las ruletas, mis pensamientos vuelan hacia mi cocina, donde me espera mi gracioso delantal (regalo del cuñapa) y mi cuchillo cebollero y mi tabla, que me ayudan a relajarme y a pasar un buen rato.
Yo creo que todo empezó con el programa “Pesadilla en la cocina” del Chef Gordon Ramsey, que con tanto acierto y gran éxito ha adaptado “La Sexta”. El Chef español Alberto Chicote está dejando grandes momentos para la televisión y seguro que le meterá a más de uno el gusanillo de la cocina.
Estoy decidido y quiero dar el salto, quiero formarme, aprender y llegar a ser un gran Chef. Me agrada la idea de pensar que igual, dentro de algunos años, cuando sea algo conocido a nivel regional o nacional (¿Por qué no?) muchos se sorprenderán al saber de mi pasado literario.
“Enrique Falcó; el nuevo Chicote”. ¡Qué bien suena! Ya lo sé amigos, que estoy corriendo mucho, pero ya saben como soy. Soñar resulta barato, casi gratuito, y en los difíciles tiempos que corren no podemos también privarnos de aquellas ilusiones que despiertan lo mejor de nosotros. Ya tengo incluso un título sugerido por mi amigo Pancho Casañas para mi primer programa de televisión: “Recetas con Don, para antes de un Loch Lomond“.
¡Bon appetit!