Enrique Falcó. Convaleciente
Desde que abandoné la adolescencia, y dejé atrás según qué imbecilidades, (aunque justo sería reconocer que fui un adolescente bastante menos estúpido que la gran mayoría) llegué a la determinación de que es inútil hacer planes más allá de un par de jornadas en el futuro. Así, como se lo digo. Más de uno de ustedes se estará acordando ahora mismo de aquel viaje fastidiado a última hora por culpa de aquella llamada importante de trabajo, o aquella indisposición suya o de algún familiar cercano.
El menda se las prometía muy felices hace un par de semanas. Dos días libres de diario en los que coincidiría con mi novia. Nada fuera de lo corriente ni ninguna pretensión más que la de descansar y poder hacer alguna cosa juntos. Tras una mañana de compras, gestiones y una tarde de limpieza y visita a familiares, llegó el momento de descansar y pensar en la siguiente jornada.
Quería conocer la nueva Biblioteca de Badajoz, pues se inauguró esa misma tarde y al día siguiente se abriría por fin al público después de tantos años.
Pretendía echarle un vistazo a la sección de cómics, a la zona audiovisual, y comprobar con estos dos ojitos color caca que me dio mi madre que efectivamente, “Don de Loch Lomond” se encuentra en el archivo a disposición de todo aquel que no pueda o no le apetezca pagar la por otra parte insignificante e irrisoria suma para hacerse con mi primer libro.
¡Reconocerán que tampoco pedía tanto! Quien suscribe, como mi amigo “el poeta” Ángel Manuel Gómez Espada siempre ha sido un hombre feliz, con gustos y placeres sencillos, buscando y encontrando en estos tal dicha. Aun así, la caprichosa providencia no quiso concederme un indulto a pesar de la ilusión que sostenían mis amplias hechuras.
Todo empezó con un extraño malestar a última hora de la tarde, que tornó a preocupante y alarmante tiritona durante la madrugada. Las siguientes horas fueron muy confusas: Fiebre al borde del delirio, y no precisamente de grandeza, visita a urgencias, pruebas, radiografías, vómitos, mareos, goteros, un pijama demasiado pequeño y una cama extraña.
Muchas voces y sombras desconocidas alrededor y todas muy confusas. ¿Cómo puede cambiar tanto nuestra vida en menos de 24 horas? Aquel hospital, el Infanta Cristina de Badajoz, estaba más ocupado que el Centro Comercial El Faro un sábado a mediodía. Y yo me pregunto ¿Cómo es posible que se pretenda recortar en Sanidad?
También sufrí, como siempre, la falta (¡Los recortes!) de educación y solidaridad de los familiares de los demás enfermos. Existen personas a las que nunca enseñaron que en un hospital, los que tienen que estar cómodos dentro de sus posibilidades son los enfermos, que bastante tiene ya con lo que tienen, y que los móviles con tonos a toda pastilla, las voces, las conversaciones privadas y los gritos no son precisamente aconsejables compañeros de cama.
Cuando la fiebre se apodera de cualquiera de nosotros, además de producirnos gran malestar, nos roba parte del alma y las ganas de vivir, igual que “Los dementores”, aquellas horribles criaturas de los libros de Harry Potter.
Durante la siguiente semana, hasta que la maldita fiebre quiso remitir, deambulé de mi cama al sofá sin otra novedad que la de intentar sobrevivir con la mayor dignidad posible. Cualquier actividad como ver la tele, leer o asomarme al ordenador parecían tan lejanas como la salida de la crisis. Les aseguro que me dolió en el alma faltar por primera vez en tres años a una cita con ustedes, mis queridos y desocupados lectores.
Durante mi desazón, al igual que “Coque”, el divertido portero de “La que se Avecina”, hubo una cosa que se me vino a la mente: ¿Cómo es posible que existan quienes simulan las bajas para no ir a trabajar?
Les aseguro que no hay nada peor que no poder acudir a tu puesto de trabajo por motivos de salud. Quien juega con esta lamentable desgracia, se encontrará algún día con la irónica sorpresa de que la realidad se rebelará contra él, y será entonces cuando lamentará haberse aprovechado de una situación que para tantos es tan desafortunada.
Pero no llueve eternamente y el “Patronus” del antibiótico envió con firmeza y destello plateado a “los dementores” de la fiebre hacia “Azkaban” con un billete de ida, y así, esta última semana, a pesar de continuar de baja ya me he visto con fuerzas para escribir, e incluso para ver la tele y seguir con especial interés las semifinales y final del Concurso de Murgas del Carnaval de Badajoz 2013.
Gracias al buen hacer de las murgas, una vez más, la risa, el sentido del humor, el único oxígeno respirable, han sido el mejor consuelo y panacea para una pronta recuperación. Si la vida es un carnaval los momentos de descanso deberían ser como un gran popurrí, con diferencia la parte más divertida de las actuaciones murgueras.
Una vez más me he reído hasta el punto de no parar de toser con “Los Niños”, he sacado mil ideas estupendas para artículos con los pasodobles de mis sempiternos favoritos, “Los Murallitas” y musicalmente he recordado grandes canciones con el popurrí de unos “Water Closet” que han estado más divertidos que nunca.
Desde estas líneas quiero dar las gracias de todo corazón a los amigos y lectores que me echaron de menos la semana pasada, especialmente a quienes me enviaron mensajes a través de las redes y el correo electrónico.
Y a los detractores, especialmente aquellos plumíferos que no me consideran digno de este diario y ya pensaban que disponían para ellos de una tribuna semanal libre, les dedico las palabras de “Los Espantaperros”, ganadores con justicia del Concurso de Murgas del Carnaval de Badajoz 2013: “Dientes, dientes, dientes… que es lo que les jode”.
¡Feliz Carnaval 2013!
Publicado en Diario HOY el 10/02/2013
Feliz Carnaval 2013.