El delicado tema de las religiones no hace más que ofrecernos y regalarnos noticias ridículas, que parecen mofarse de un parte de la sociedad que no anhela más que tranquilidad y una convivencia pacífica para con los demás.
El asunto de la denuncia a un profesor que “ofendió” a un alumno de religión musulmana por hablar en su clase sobre las innegables cualidades del jamón, traspasan la barrera del ridículo e incluso alcanzan cotas de sano cachondeo.
Por lo visto el niñato se sintió ofendidísimo al escuchar en boca de su profesor las excelencias del jamón y le pidió a su maestro que si no le importaba no mentara tan impertinente alimento en su presencia. El profesor, con más o menos vehemencia, pero imagino, con uncabreo del carajo, le contestó que él no era nadie para dirigirle la clase, y que es el alumno quien ha de habituarse a la clase y no al revés. Ahora por lo visto la madre del niño denuncia que el profesor le increpó que si no le gustaba el jamón que se marchara a su país y lo ha demandado por racismo.
Públicamente y desde estas líneas le pida a esa madre que me demande a mí también. Por racista, por xenófobo, homófobo o incluso que sé yo, hermafrodita u homosexual, me da igual. A mi sí que me ofende profundamente que alguien pueda considerar el jamón como algo indigno o susceptible de molestar a cualquier hijo de vecino, pues mi menda es de la opinión que renunciar a un buen jamón, y además, acompañado por un exquisito tintorro, debería de ser cuanto menos sancionado por la Constitución.
Si quien suscribe fuera el profesor, ante la absurda petición de mi alumno a resistirme a cantar las excelencias de tan preciado manjar, le hubiera contestado… “¡Y UN JAMÓN!”