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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Caldos

Quien suscribe es un amante de los caldos. Y digo caldos, en plural, pues los hay de los más diversos tipos. La sopa sin lugar a dudas es mi comida favorita. Mi padre siempre me ha dicho que soy igual que Guille, el hermano de Mafalda, que la adora, y no como aquella, que siente una increíble aversión a tan preciado brevaje que como comprenderán no acierto a comprender. Ayer martes, posiblemente uno de los días más caluroso del año, mi menda se ha metido para el cuerpo dos platazos de sopa descomunales. Y me da igual que estemos a 40 grados. Yo tomaría sopa en el desierto si me la ponen por delante. No obstante es en invierno o en los días más fríos cuando mejor se degusta, en especial si la noche anterior has salido de farra y tienes el cuerpo hecho polvo. Mi amigo Rául Cantero, gran Carnavalero y amante del cachondeo como el que más, me cuenta que al despertar el Martes de resaca del Carnaval, si se levanta, que esa es otra, siempre piensa “¡que haya caldo, que haya caldo!” Y es que es verdad, el caldo bueno (casi todos los son) tiene suficientes propiedades curativas como para resucitar a un muerto.

No me olvido de los otros caldos, los de la tierra, de los que soy también por supuesto amigo íntimo desde mi más tierna infancia. Tampoco hago ascos al color de cualquiera de ellos, ya sean blancos, tintos, rosados, claretes, con o sin burbujas… aunque es cierto que son los segundos, los tintos, quienes más me privan. Tras el agua y la coca cola (sin lugar a dudas el mejor invento de los americanos de la historia) y antes que el Ron añejo, es la bebida que más consumo. Aunque también es cierto que es la primera cuando se trata de celebrar alguna cena o comida fuera de casa, y ya saben ustedes lo que me encanta a mi salir sobre todo a cenar fuera de casa:

 

El caldo, en todas sus formas y diversos elementos es una delicia, un placer, un regalo al paladar y a los sentidos. Que sí, que estamos en verano y apetecen cosas más fresquitas…Pues vale, no digo que no, pero un servidor no piensa privarse de su caldo las veces que se le antoje. No olviden, que después de todo, el gazpacho, que se consume mucho en verano, no deja de ser una sopa fría. Y del vino sólo puedo transcribirles las palabras de mi querido Abraracurcix en “El escudo arverno”.

“Un vino de calidad tiene que sentar bien forzosamente”. Jamás escuché tal verdad. Y si además es un “Pago de los Capellanes” joven, servido por David, el Maitre de el restaurante “El Sigar” a su temperatura correcta en la terraza de éste, podremos decir que el cielo se ha desplomado…¡pero sobre nuestro sentidos!

Me olvidaba de decirles, que este artículo, como todos los de este blog, son por supuesto Don de LOCH LOMOND, otro caldo delicioso, quizás algo más fuerte y evidentemente más dorado, el más dorado de los licores, pero por supuesto que cuenta también con mi beneplácito, y con el del Capitan Haddock, gran experto en esta otra clase de caldos.

 

 

 

Don de LOCH LOMOND

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