Ustedes ya saben de mi predilección por la Biblioteca Pública de Badajoz Bartolomé J. Gallardo, me encargué de que tuvieran buena cuenta de ello dedicándole uno de mis primeros post en éste, su blog, cada día el de más gente (Este momento ha sido patrocinado por Ing Direct).
Ayer pudimos leer en Diario HOY que es más que inminente el traslado a la nueva sede, donde los ciudadanos podremos disfrutar de las excelentes ventajas con las que contará el nuevo edificio situado en la barriada de La Paz, junto a la Torre de Caja Badajoz.
El centro de nuestra ciudad se va quedando pequeño para según qué cosas y es un paso natural ubicar centros de interés, como la Biblioteca Pública, en zonas que gocen de más espacios para levantar los nuevos edificios que necesariamente han de ser bastante más grandes que aquellos que se construyeron hace tantos años.
En Badajoz, la Biblioteca Bartolomé J. Gallardo, puede decirse que ha cumplido su función con creces, aunque si bien es cierto tardó algo más de lo normal (como desgraciadamente ocurre siempre en estas tierras) en adaptarse a los tiempos modernos. Éstos, los tiempos, cambian como caprichosos que son, al igual que las necesidades de los ciudadanos. En mi niñez, la Biblioteca, para nosotros la “biblio”, era un lugar imprescindible para la realización de trabajos exigidos en el colegio y el instituto, y era esa, y la de facilitarnos la lectura de libros, su única función.
Hoy en día, con internet, quizás no sea necesario acudir a ella en busca de información, pero una biblioteca moderna que se precie hoy en día ha dejado de ser santuario de libros para expandirse camino en el mundo audio visual, y así las instalaciones de ésta cuentan con un buen número de cds y dvds a la disposición de todos, así como de ordenadores con conexión a Internet. Echaré de menos a la vieja Bartolomé J Gallardo, y a las innumerables e importantes horas de mi vida que pasé en ella junto a Adolfo Campini y Óscar Palomo y esos interminables trabajos con grandes cartulinas y rotuladores de brillantes colores. También aquellos momentos de aburrimiento de verano que mi hermano pequeño y yo mitigábamos acercándonos a ella dando un paseo para divertirnos con comics y libros infantiles. Además de ahorrar un gran dinero en libros, esa biblioteca, la “biblio”, ha sido una incesante fuente de placer y cultura que siempre tendrá un hueco en mi corazón.
Seguro que las nuevas instalaciones serán del gusto de todos los ciudadanos, pero mi menda no dejará de reflejar una mueca, entre sonrisa y tristeza, cuando pasee algún día por la Avenida de Europa de la mano de mi hijo y le explique dónde se encontraba aquel edificio que aprendí a amar y cuidar durante su infancia y adolescencia.