Ayer fui a cenar al Daniello, mi restaurante italiano favorito. Yo creo que lo más me gusta del Daniello, además de cómo preparan la cuatro quesos y la exquisita amabilidad de sus empleados, es su localización, el local en si. De toda la vida fue el restaurante Bocaccio, al que por cierto ayudé a despegar y a cotizar en bolsa gracias a mi insaciable apetito. La de cientos de veces que habremos acudido mi novia y yo a cenar cualquier noche de viernes o sábado. Además, parte del personal trabajaban en el antiguo Bocaccio, y eso ayuda a alimentar el mito de un local mágico para el menda. Y hablando de locales mágicos, después de cenar me dejé caer por “El Jueves”. Allí seguía Andrés detrás de la barra, sirviendo aquellas macetas de calimocho tan fresquitas y con el puntito final que le da ese licorcillo de mora que le añade. Volvieron a sonar las mismas canciones de siempre, y me sentía realmente bien. Andrés me pregunto por mis grupos de música y le estuve comentando que hace años que colgué las baquetas, pues uno se va haciendo mayor para según que cosas, y ya no me llama nada la atención la rutina de los ensayos, la carga y descarga del material y recorrer escenario por escenario a cualquier hora y a cualquier día.
Ya sé que insisto mucho últimamente en que me estoy haciendo viejo, pero no dejo de recurrir muchas veces a la cantinela aquella de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No es que fuera mejor, es que quizás hay cosas que en nuestra vida han sido tan especiales que las recuerdas como las mejores, y todo lo nuevo te parece tan frío, tan distante, tan falto de magia y espíritu que no haces más que añorar las cosas antiguas. Los bares, las canciones, los lugares, incluso las personas.
Hay que olvidarse del pasado. Bueno, olvidarse tampoco. Mejor aún, recordarlo con cariño, pero sin darle más importancia de la que realmente tiene. Por muy viejo que se esté haciendo uno lo pasado, pasado está, y no quisiera ni por asomo volver a instalarme en la avenida principal de mis pasados recuerdos. Ni aunque Marty McFly y el Doctor Emmett Brown me ofrecieran su viejo “Delorean” con el que viajaban en el tiempo y en espacio no sería yo el que tomara el volante de aquella máquina del tiempo para volver hacia atrás. Quizás sí hacia delante, pero simplemente para recoger algo de valiosa información que ayudara a hacer de este mundo un lugar mejor. Pero eso sería muy complicado, pues correría el riesgo de encontrarme a mi mismo y la paradoja temporal que tanto temía Doc Brown podría mandarnos a todos hacia la nada. Y allí si que no existe ni pasado, ni presente, ni futuro. Menos mal que el condensador de fluzo, que es lo que hace posible el viaje en el tiempo, aún no ha sido inventado ni se inventará nunca. No nos queda más remedio que recordar y aprender del pasado, viviendo nuestro presente para labrarnos un buen futuro. Un último apunte. A pesar de que mi menda imitara a una gallina en Portugal para pedir un pollo a la brasa (https://blogs.hoy.es/loch-lomond/2010/7/2