Enrique Falcó. Contrario a la racanería
El añorado Loch Castle del PRYCA que tanto hemos disfrutado de adolescentes en los botellones. ¿Volveremos a él de adultos?
¡Qué miserables (Yo aún diría más…) nos estamos volviendo con el cuento de la crisis o como queramos llamarla! En este país nos sobran noveleros, horteras, catetos e ignorantes en potencia. Nunca llamamos a las cosas por su nombre, y quizás en muchas ocasiones ni siquiera nos paramos a pensar en las “soplapoyeces” que escupimos por tamaña bocaza. Sinceramente, no comprendo en qué puede afectar la “crisis” a personas o empresas que siguen obteniendo los mismos sueldos y ganancias que hace por ejemplo 10 años. Qué fácil y comprensible resulta ahora para un banco negar esa línea de crédito que tanto necesitas para tu negocio, o aquel pequeño préstamo personal para sacarte del bache, ahora precisamente que tu empresa te ha bajado el sueldo “por la crisis” aunque presenta las mismas ganancias que siempre. Ahora, al amigo o al familiar, que acude implorando una pequeña ayuda, se le da puerta sin cargo de conciencia alguno, ya que “la cosa está mu mala pa todos”. Si sí, pero para algunos está peor. El denominado “ahorro cateto” por mi menda, siempre me enciende, ya que hace gala de una soberbia estupidez. Nunca comprendí aquello de irte hasta el quinto pino a tal gasolinera para ahorrarte dos o tres céntimos que los estas consumiendo en el camino, o cargar con 20 bolsas echando el bofe por ahorrarte los cinco euros que te cobran por llevarte la compra a casa en el súper. Digo yo que lo mismo será gastarte 197 euros que 203. El mundo de la hostelería sufre más que ninguno este lamentable brote de miserabilidad, que también castiga a otro tipo de profesionales como por ejemplo taxistas o peluqueros. Pero especialmente es a los pobres camareros, croupiers, recepcionistas o empleados de hoteles, a los que se les niega no ya una pequeña propina, sino casi el saludo. Este tema, el de las propinas, siempre crea cierta controversia. Es cierto que estos trabajadores cobran su sueldo, y nadie está obligado a nada. Existen quienes ven la propina como una simple costumbre, algunos por otra parte piensan que es bueno y necesario para apoyar la economía del trabajador, y otros que al revés, consideran que ésta es responsable de que se mantengan salarios de niveles irrisorios. Personalmente me gusta pensar en la propina como una pequeña recompensa al trabajador por el buen servicio que proporciona a un cliente, y siempre por voluntad propia de éste, nunca obligatoria. Trabajar de cara al cliente es duro y harto difícil, se los aseguro, y más en los tiempos que corren. Pintarse una sonrisa y tratar de mostrarte simpático, agradable y cumpliendo con eficiencia, aun más cuando el cliente no cumple ninguna norma de educación, es un ejemplo de profesionalidad que debería estar recompensado. Quien suscribe, que como sabrán la mayoría de ustedes se paga las alitas de pollo y el Loch Lomond trabajando desde hace más de 7 años como croupier, observa a diario y sufre y goza de las dos caras de la moneda. No hay vuelta de hoja. Cuando además de mostrarte correcto y agradable, y estar al tanto de todas las necesidades del cliente, le premias con un pago de 500 ó 1.000 € sin recibir siquiera un ficha de 2,50 de propina, se produce una afrenta moral al trabajador, y éste por dentro va desmoronándose un poco más cada día, y perdiendo quizás las ganas y el interés en desarrollar su trabajo de la mejor manera. Luego claro, aunque no obtener propina no justifique que tengas que seguir desarrollando tu trabajo, el trato y la amabilidad nunca podrán ser igual que el que muestras a aquel que te recompensa de manera más generosa.
Lo de los bares y restaurantes también es comparable. Existen restaurantes, como “El Marchivirito” de Badajoz por ejemplo (Ya saben, mi fonda predilecta), en la que me es imposible marcharme sin dejar algo de propina dentro de mis posibilidades, que ya saben que son bien escasas. Todos los empleados albergan altísima dosis de profesionalidad, amabilidad, simpatía y corrección, y le hacen sentirse a uno como en su casa. Sin embargo algunos otros restaurantes no han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias y parece que te estén tomando el pelo. Precios desorbitados en la carta, raciones escasas y de mediana calidad y empleados parcos en simpatía y modales. En esos casos la ausencia de propina es además tan entendible como justificable y necesaria.
La racanería en el tema de la propina no es más que otra circunstancia de ese mezquino brote de miserabilidad del que les hablaba al principio. Renunciamos cada vez más a nuestros productos favoritos en pos de marcas blancas, o bien posponemos la compra de elementos de primera necesidad como los zapatos hasta que casi se nos caen a cachos. Dejamos de pagar la comunidad y el IBI, y ya solo fumamos tabaco de liar. O incluso dejamos de fumar. Tantos años buscando la manera y la solución se presenta por si sola. ¡Qué recuerdos, hace unos años, cuando al destapar nuestro mueble bar para obsequiar a nuestras visitas o bien para pegarnos unos lingotazos sólo se veían primeras marcas: Brugal, Barceló, Matusalén, JB, Chivas o Jack Daniels, que poco a poco han ido dando paso al Almirante, Velero, Yacaré, Queen Margot o aquel Yurinka al que tanto recurríamos de adolescentes. Si ya lo decía hace unas semanas, para atrás, como los cangrejos. Poco a poco irán cerrando los cines, los teatros, los pequeños comercios, y no digamos las librerías. Los escritores mejor que se dediquen a otra cosa. Varios compañeros se me excusaban hace unos días escandalizados ante la negativa de comprar mi libro en plan: “¡Pero como voy a gastarme 15 euros en un libro con la que está cayendo!” Cada vez tenemos más miedo de gastar, lo que tenemos y lo que no tenemos, los que tenemos y los que no tenemos. Terminaremos renunciando a las vacaciones y al descanso, y no haremos más que trabajar como animales y ahorrar cada vez más para tiempos aun peores. Se acabó el trabajar para vivir, comienza de nuevo la era de los padres de los padres de nuestros padres. Del Estado del bienestar al Estado del malvivir. Al Estado del malvivir para trabajar entiéndanme. ¡Mal rayo nos parta! Y ya casi no me queda Loch Lomond para consolarme. Espero que aun sigan vendiendo aquel Loch Castle que antaño comprábamos en el Pryca para los botellones.
Publicado en Diario HOY el 06/05/2012