>

Blogs

Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Desacato a la realidad

 

El post de hoy vuelve a escribirlo mi amigo “El poeta”, Ángel Manuel Gómez Espada, quien ha tenido la generosidad de regalarme una nueva crítica de  “Don de Loch Lomond” que suma ya más de 300 ejemplares vendidos. Esta crítica ha sido realizada ni más ni menos que en el número 30 de la prestigiosa revista literaria “El Coloquio de los Perros” en donde el menda ha colaborado en alguna ocasión. Aprovecho para anunciarle a todos los amigos de este blog que precisamente, este sábado 26 de Mayo, en “La Azotea” (Murcia) tendrá lugar la fiesta-presentación de esta veterana e ilustre revista literaria digital.

Ahora les dejo con mi amigo “El poeta” y su “Desacato a la Realidad”. ¡Tener amigos para esto! ¡Gracias poeta!

 

Desacato a la realidad
Sobre Don de Loch Lomond de Enrique Falcó


Ángel Manuel Gómez Espada

Enrique Falcó FOTO: Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó entre su querido Tintín y un botella de Loch Lomond FOTO: Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó junto al LOCH LOMOND que tanto gusta al viejo Capitán Haddock FOTO: Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó junto al LOCH LOMOND que tanto gusta al viejo Capitán Haddock FOTO: Ángel Manuel Gómez Espada

 

     Existen libros que, por  diversos motivos, son nuestros, de una manera o de otra. Y no en el sentido de  las canciones, cuando creemos que el autor las ha compuesto pensando en nuestra  propia experiencia. Los entendemos más como a un amigo que está ahí siempre,  con el que podemos conversar. En ocasiones, con el que podemos desahogarnos; pues  esos libros, como los buenos amigos, suturan las heridas provocadas por el  desánimo en cuanto regresamos a ellos. En mi caso, me ocurre con La Eneida, Madame Bovary, Sostiene  Pereira o El guardador de rebaños de Alberto Caeiro, por no extender más la nómina. A este último hace referencia  Jesús García Calderón en su prólogo con una atinada comparación, cuando afirma  que Falcó, su sobrino, busca en la escritura su manera de estar solo, alejado  de la realidad pálida y enfermiza a la que hoy nos enfrentamos. Una realidad  que, me consta, no es ni por asomo la que los chicos del General Navarro  soñaban en sus horas de recreo. Así pues, Falcó opta por sacar sus mejores  armas a relucir y por explayarse en el desacato a esta realidad. En ella puebla  a sus anchas la ignorancia, de la que dice, en una de mis frases favoritas de  este don, que «es atrevida y peligrosa, pero que puede corregirse con el  tiempo».

Enrique Falcó en la foto que ilustra su obra Don de Loch Lomond. Foto: Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó en la foto que ilustra su obra Don de Loch Lomond. Foto: Ángel Manuel Gómez Espada
Don de Loch Lomond de Enrique Falcó
Don de Loch Lomond de Enrique Falcó

 

     Debo confesarles que este Don de Loch Lomond me provoca esa sensación de la que hablaba antes:  lo siento como mío. No solo por la extraña sensación de verme convertido en  personaje, sino porque es un libro escrito desde la benevolencia y la  imparcialidad que provoca la memoria de la felicidad. Son posos de tiempos en  los que cabía la alternancia. Lo mismo te tocaba ser indio que a los diez  minutos por una madre impertinente te tocaba irte con los vaqueros, y tenías  menos remordimientos en ese acto tan simple que los de un político tránsfuga. Falcó  es como cualquier otro personaje de mi entrañable y admirado Bryce Echenique.  Narra con la transparencia del peruano en Un  mundo para Julius y está claro que es de esos personajes que podría jugar  la primera parte de un partido de fútbol con un equipo y la segunda con otro.
Falcó nos ha ido imponiendo estos posos de la memoria  puntualmente con los ojos de una generación especial, aquélla que naciera por  los años en los que un comando compuesto por los mejores hombres del ejército  americano fueron encarcelados por un delito que no habían cometido. Aquélla que  iba a aprender todo bajo el filtro de la telecomunicación, entendiendo ésta  como las rudimentarias televisiones de dos canales, la magia casi de aquelarre  de la moviola o el Spectrum 48K; y que tuvo la inmensa fortuna de vivir seriales  de dibujos animados basados en la literatura más clásica y en la ciencia  ficción, como Ulises 31, los Caballeros del Zodíaco o el Comando G. Que podía tragarse en una  matinal de cine una doble sesión en la que se compaginaban Jesús de Nazaré con La Guerra  de las Galaxias o Superman con Las aventuras de Enrique y Ana.
¿Qué quieren que les diga? Esas excentricidades marcan. La  infancia era una mezcla de vértigos entre correr detrás de una pelota de cuero  a la vez que masticabas el pan con chocolate y, siempre que no te vieran los  demás, pedir permiso a las niñas de tu calle para jugar a la rayuela con el  cínico y exclusivo propósito de aprovechar lo que se vislumbraba cuando se  agachaban a recoger la piedra.
La memoria privilegiada de Falcó nos conduce por esos  pasillos con  una minuciosidad superlativa; tanto que esa capacidad suya me provoca una  envidia malsana. Su precisión es tan exhaustiva que si me recuerda que en  nuestra enésima cumbre en el restaurante Marchivirito pagamos tal o cuál cantidad, lo creo  a pie juntillas, por mucho que haya una factura conmemorativa que diga lo  contrario. Supongo que al resto de personajes de estos artículos les habrá  acontecido igual. Como alguno de ellos está hoy presente tendrá la oportunidad  de clarificarme o rebatirme. Pero les habrá pasado, repito, que ante esa  anécdota leída en el periódico hayan pensado lo de “ni remotamente”. Aunque,  claro, si lo dice Enrique será así y habrá que contarla así. Éste es uno de los  grandes poderes de un buen narrador: hacernos creer que lo que cuenta es  vívido, sepamos que es cierto o imposible.

Ulises 31
Ulises 31
Enrique Falcó en la foto que acostumbra a salir en su Tribuna del Diario HOY. Foto Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó en la foto que acostumbra a salir en su Tribuna del Diario HOY. Foto Ángel Manuel Gómez Espada
Enrique Falcó y Ulises 31     Fotos: Ángel Manuel Gómez Espada

 

     Los del tiempo de Falcó fueron los últimos adolescentes que tuvieron  la disyuntiva entre la imagen y la palabra. Y ante ese vía crucis generacional  hay que agradecerle que se haya quedado con la última opción, sin dejar de lado  la primera. Resulta indudable que uno no se olvida así como así del día que  Mazinger Z pudo volar gracias a los pechos de Afrodita A. Esa capacidad de  elección, la que hoy nos presenta Falcó, no se ha vuelto a dar, salvo en  honrosas excepciones, en las posteriores generaciones, abocadas a la  destrucción de la imaginación, condenados a la virtualidad.
La imagen y la palabra, ésa fue la suerte de su generación.  Y eso es lo que hay aquí, en esta antología. Con buenos aditivos y aditamentos,  con los que Falcó deja un buen sabor de boca dominical. Recordándonos con su  memoria privilegiada que la imagen nos demuestra que la vida continuamente está  repleta de falsos héroes postizos; mientras que la palabra ha de identificarte  con los antihéroes de papel, pues ellos son los elegidos para acampar a sus  anchas en los paraísos artificiales de la infancia, cuna de los recuerdos más  imperecederos.

Publicado en El Coloquio de los Perros Nº 30 en Mayo de 2012

http://www.elcoloquiodelosperros.net/numero30/curi30fa.html

Don de LOCH LOMOND

Sobre el autor


mayo 2012
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031