Sobra decir que reírse del prójimo no puede considerarse como un ejercicio saludable ni mucho menos educado. No cuento entre mis amigos aquellos que utilizan la risa para menospreciar debilidad o defectos físicos de otros. Un servidor es partidario de reírse siempre de uno mismo, pues la risa puede envolverlo todo, y disfraza desde el rubor a la vergüenza. Ahora bien, sólo es permisible en mi humilde opinión, reírse del prójimo en un caso concreto. Cuando quizás llevado por las prisas, la distracción, o su propia torpeza, resbala o tropieza en la calle a la vista de la concurrencia. Ayer cerca de mi casa, en
No obstante, las tres personas que la ayudamos a levantarse y recoger sus objetos personales (al móvil le faltaba piezas…descarao) nos mordimos los labios hasta casi sangrar para no faltar a nuestros principios de buena educación. Pero tras observar que no había heridas ni fractura (eso ya no tiene ni puñetera gracia) y que la chica muerta de vergüenza seguía su camino tras agradecernos la ayuda tímidamente, a los tres nos empezó a entrar la risa floja. Uno de los buenos samaritanos, un joven de unos 20 años dijo de pronto “¡Árbitro penalty!” (Compréndanlo, la fiebre Iniesta del último Mundial aún culea, y nunca mejor dicho). A lo que inmediatamente mi menda replicó ”¡No señor, se ha tirado. Expulsión!” y allí nos estuvimos riendo un rato hasta que cada uno marchó hacia su destino. Repito, no es educado reírse del prójimo, pero ante una caída como ésta se hace la vista gorda, ¡Faltaría más!.