Cuando exhibimos valores patrimoniales, turísticos, etc. de Extremadura, queda relegada Badajoz. Se justifica el atractivo por su gran oferta comercial, sus importantes servicios sanitarios y su Universidad. Sin embargo, esta ciudad al borde de la Raya, que casi se precipita al otro lado de la frontera en su imparable expansión, guarda tesoros que la hacen especial no sólo en nuestro entorno, sino en toda la Península.
Badajoz tiene una extraordinaria Alcazaba (con un interesante Museo Arqueológico en el restaurado palacio de los Duques de La Roca, del s. XVI), vistosa, aceptablemente completa en sus elementos esenciales, recién rehabilitada, a orillas del Guadiana, que es un legado fundamentalmente almohade, de 80.000 metros cuadrados, incomparable. Sus puertas en recodo, especialmente la del Capitel, y sus torres albarranas -destacando la de La Atalaya, octogonal, coronada por templete con añadidos mudéjares-, no tienen rival en el arte militar islámico, por su monumentalidad y perfección.
Inmediatamente al sur, la Plaza Alta -con sabor renacentista, corredores porticados y bóvedas de aristas, su prolongado rectángulo que comunica a través del Arco del Peso con la Plaza de San José y sus casas mudéjares-, nos lleva a una trama urbana llena de rincones, plazoletas, callejuelas en cuesta, que siguen conservando una herencia medieval lleno de vitalismo.
Más abajo, y antes de llegar al cinturón de amurallamiento abaluartado del s. XVII (uno de los mejores de Europa, a pesar de pasados destrozos para facilitar la expansión urbana, y que hasta bien entrado el s. XX fue el límite del poblamiento), abundantes casonas, iglesias, conventos, antiguos cuarteles, nos hablaban del largo pasado señorial, religioso y militar de la villa: siempre en lucha con Portugal, reforzándose ante las continuas hostilidades, elevando testimonios de piedra, parapeto y arte ante el antiguo enemigo. ¡Lástima que gran parte de ese patrimonio lo haya devorado la explosión desarrollista!
medio, la Catedral, como una fortaleza, faro y protección, recia por fuera, pequeña, hermosa y bien tratada en su interior tardogótico, renacentista y barroco: su altar mayor es un gigantesco tabernáculo del siglo XVIII; su coro atesora una magnífica sillería plateresca; entre ambos, espléndidas rejerías barrocas. El claustro presenta paredes de azulejería policromada, de arabescos, y bóvedas marcadamente portuguesas en la ornamentación.
Hay que pararse en el Museo Catedralicio, con sus tablas de Luis de Morales, las piezas de alabastro, marfiles, orfebrería de los s. XVI al XIX. Y de allí al Provincial de Bellas Artes, uno de los mejores en su categoría del país. Entre uno y otro, callejeando por la estrechez del Casco Antiguo, tascas y bares presentan una oferta interminable: ¿encontró alguien más deliciosos churros, migas o cachuelas; tapas de jamón, prueba de cerdo o cochinillo frito; mejor cocido extremeño, cochifrito o caldereta?
Badajoz exige una larga parada y fonda para descubrir su atractivo de siglos. Y para recorrer la modernidad de nuevos barrios en continua expansión, así como parques y jardines que fueron siempre orgullo de toda la ciudad: Castelar, Infantiles, San Roque (necesitado, éste sí, de recuperar la antigua magia “japonesa” que supo darle el artista local Antonio Juez).
Luego, hemos de adentrarnos en ese santuario que es el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), levantado sobre el antiguo Fuerte de Pardaleras, después Prisión Provincial, hoy receptor de obras de los mejores artistas de España, Portugal e Iberoamérica. Museo rodeado de excelentes jardines con buen número de palmeras, que tanto abunda por toda la ciudad.
Y, coronando este conjunto, el río Guadiana, que está siendo recuperado. Buen espacio para deportes náuticos, paseos, cita en las orillas, entre sus cuatro puentes. Y desde él se nos ofrece la Puerta de Palmas, almenada; los dos cerros de vigía (el de La Muela -con la Alcazaba- y el de San Cristóbal, con el impresionante Fuerte del siglo XVII, la primera fortificación abaluartada de la ciudad).
Hay que ir, venir, descubrir esta ciudad-tesoro, firmemente rayana y tantas veces “cenicienta”, abierta como dos alas de mariposa desde el eje que forma el río Guadiana, con sus antenas orientadas (Ifeba, Lusiberia, multicentros comerciales…) hacia Portugal.