Si vas a quedarte ahí parado toda la tarde, toma este paraguas que te vas a calar las entrañas, muchacho.
Pero el muchacho no quiere paraguas ni quien se lo dé.
La mujer insiste.
Que te vas a mojar entero.
El muchacho lo sabe. Llueve.
La puerta de la tienda se abre y una muchacha que no merece que el muchacho muera de una pulmonía sale.
Tiene pecas y es alta y desgarbada.
Ni pizca de rencor.
No me ofrezca más el maldito paraguas, señora.
El muchacho mira por última vez a la muchacha mientras sus zapatos y luego sus pies, seguidos de sus piernas, retuercen su pelvis hasta que es engullido por la pocetilla que tiene debajo y, tras el crujir de sus hombros, que parece que no caben, desaparece su cabeza de chorlito.
Un enamorado menos, apunta la muchacha en su libro de deberes donde haber, hay más bien poco.