Puso el cazo a hervir y una hora y treinta y siete minutos después, segundo más, segundo menos, se acordó de que lo había puesto. Lo que quedaba de la leche estaba pegado en forma de mancha oscura en el fondo de la cacerola. No se achantó. Recordó lo que le decía el maestro en la escuela: la materia ni se crea ni se destruye, Ramón. Así que Ramón se puso a rascar con la cuchara. Le leche no se podía haber ido muy lejos.