El leñador sale de la cabaña triunfante. Qué agradecida estuvo la niña, qué dedicación, y eso que estaba la abuela delante. Al leñador le han alegrado el día. Ahora comprende la fijación del lobo con la criatura.
El leñador se dirige a su chocita, amueblada con gusto, eso sí, y cuando llega se pone a ver una película de motoristas asesinos y se duerme, que la tarde ha sido muy intensa. Pero la cabezadita le va durar más bien poco, que están llamando a la puerta y es Caperucita. Qué querrá esta ahora, se pregunta, mirando por la mirilla. Caperucita vuelve a llamar y el leñador dice que ya va. Caperucita se ha quitado la capa roja y lleva un conjunto falda-cinturón y camiseta apretadita que al leñador no le disgusta por la cara que pone. Pero, qué haces por aquí, niña. Caperucita no contesta, se limita a poner cara de tú-qué-crees y entra en la chocita del leñador.
A la mañana siguiente, la madre de Caperucita telefonea a la abuela para saber si Caperucita ha dormido allí. La abuela le cuenta la historia del lobo y de cómo, gracias al leñador, lograron salvar sus vidas. Pero no sabe dónde puede haber pasado la noche la niña, aunque sospecha que, aprovechando la coyuntura, ha ido a darle las gracias al leñador, y se ha quedado en la casa de este porque se le hacía tarde y ya se sabe que por la noche no es conveniente que una niña ande sola por aquellos parajes. La madre cuelga el teléfono y busca en la guía el número del leñador. Sí, está aquí, señora, oye al otro lado de la línea, ya sabe que por la noche es peligroso andar sola por el bosque, aunque escarmentado el lobo no tenía que temer nada, pero por si acaso, ya sabe, mejor no arriesgarse. La madre le da las gracias y le invita a cenar esa noche. El leñador acepta encantado.
El leñador se ha puesto elegante para la ocasión, quiere causar buena impresión ante la madre de Caperucita ahora que ha decidido casarse con ella, con la niña. La noche pasada con Caperucita le ha hecho pensar que está muy solo y que la compañía de una menor le haría muy feliz. Además siempre ha querido tener hijos y Caperucita parece querer lo mismo, por eso está tan nerviosa cuando la madre sirve el primer plato.
La madre de Caperucita ha estado fijándose en cómo su hija miraba embobada al leñador. Esta, se ha dicho la madre mientras servía el segundo plato, ha gozado de los favores del leñador, que no está nada mal, por cierto. En los postres la madre se adelanta a la petición formal del leñador. Y dígame, leñador, se ha acostado usted con mi hija. El leñador no le niega que siente atracción por su hija, que le gustaría fundar una familia. Pues va a ser que no, le interrumpe la madre. Yo quiero que Caperucita se case con un arquitecto o un médico. Caperucita se levanta de la silla y se abraza al leñador de sus ojos, una expresión que, moldeada para la situación, oyó en un telefilme. No puedes hacernos esto, mamá, porque yo le quiero. Qué sabrás tú lo que es querer si tienes once años, le grita la madre. El leñador debe reconocer, ante la fuerza de los hechos, que la madre tiene razón. Él, un leñador cualquiera, no tiene nada que ofrecerle y, sin embargo, un arquitecto o un médico, qué no le daría un hombre cualificado, con estudios superiores, una casa en la playa, una vida sin sobresaltos, como Dios manda.
La madre ha acompañado al leñador hasta la puerta. No se preocupe, le dice al leñador, ya se le pasará, tiene toda la vida por delante. El leñador asiente y se marcha cabizbajo.
[Este relato se publicó originalmente en plataforma21.com. Algunos fragmentos ha sido modificados con la intención de mejorar el original.]