Metimos a Carlos en el coche y nos despedimos. Lo hacíamos siempre. Lo de meterlo en el coche. Y si estábamos de humor le decíamos adiós. Claro que esto dependía de cómo se hubiese comportado. Casi siempre el buen humor de la mañana se tornaba mal humor por la tarde. Y si estaba cansado, era más intratable que nunca. Por eso hicimos lo que hicimos. Dejamos de salir a despedir a Carlos. La primera semana Carlos no pareció percatarse de ello. La tercera semana preguntó por nosotros y le dijeron que nos preguntase por el motivo la semana siguiente. Pero Carlos no preguntó nada la cuarta semana ni tampoco la quinta y la sexta. La séptima semana, como no preguntaba, convinimos que se había olvidado del asunto, o sea, de nosotros. Decidimos, por tanto, borrarnos del mapa. Ahora Carlos tiene unos padres huérfanos y menos juguetes en las fechas señaladas.