Rómulo condujo hasta la villa donde la había visto otras veces. Había ganado algún kilito, qué duda cabe, pero seguía estando tan buenorra. Era la imagen de amazona que Rómulo acariciaba en sus sueños.
No tuvo que esperar mucho sentado dentro del coche.
Apareció montada en un planeador aeroespacial que a Rómulo le pareció una vespino trucada con sus inconfundibles amortiguadores.
Ella dijo con la “u”, “umanidad”.
Ni siquiera aquella brutal coz al diccionario lo amedrentó.
Rómulo abrió la puerta del coche y gritó con la “h”, “hamor”, y se dispuso a abordarla.