El caso es que me cae mal. No lo puedo evitar. En cuanto mira para este lado, tengo que apartar la vista. Si tuviese una catana le separaría la cabeza de ese cuerpo rechoncho, pero no la tengo y me conformo con apartar la vista y concentrarme en otras cosas. Pero al cabo de unos minutos no soporto más sus ojos en mi nuca, lo que imagino, y decido arrearle con todo. Pero nunca consigo alcanzarlo. Le tiro los lapiceros, los libros, el pupitre y, en vez de esquivarlos, se queda quieto, pero los objetos nunca le dan. Pasan por su lado y ni siquiera le rozan. El caso, ya digo, es que me cae mal este niño superhéroe.