Que haya pasado el tiempo ayuda a verlo todo con mayor claridad y las certezas se diluyen en sospechas y las corazonadas se transforman en realidades.
Cuando Ana saltó, yo quise decirle que no lo hiciera, pero lo hizo. Cuando Pedro saltó, corrí a ver cómo caía el cuerpo, más que nada por saber cuántos pisos había. Luego fueron arrojándose todos los demás, en una perfecta fila india.
Hasta que quedamos en la terraza el negociador y yo.
Les juro que yo me hubiese tirado también porque el curso de negociador se lo debieron dar en otro idioma a este idiota. Era malo de solemnidad. Así que no me tiré porque tenía curiosidad, lo confieso, por ver con qué me saldría, qué argumentos utilizaría para rebatir mi siguiente objeción. Yo quería tirarme el primero, cierto, y los demás querían que no lo hiciera. Pero llegó este negociador y se acabaron los buenos propósitos.