Abrieron la caja y no notaron nada extraño en el embalaje de la pieza. Tal vez algún rasguño producto de una manipulación ligeramente descuidada. En cualquier caso, no le dieron importancia. Cuando la pieza empezó a llorar siguieron los buenos consejos de pediatras, parientes y amigos. Cuando todos los consejos fallaron, decidieron mirar las instrucciones, que, aunque estaban en chino mandarín, traían numerosas ilustraciones step by step. El primer fin de semana que descubrieron que no podrían bajar a tomarse unas cañas al bar de la esquina, decidieron coger el toro por los cuernos y endiñarles la pieza a los padres de ella. La pieza, fuera ya del embalaje, se ha ido convirtiendo con el tiempo y sin grandes contratiempos en una astuta llave inglesa.