Recién la vi y ya me enamoré, querida.
Le oigo decir esto a un señor emperifollado que gandulea por Castro cuando hace bueno.
La mujer no es agraciada ni agradecida y se limita a pasar por delante del piropeador sin mirarle la jeta y se aleja.
Adiós, y recuerdos a su esposo, Don Núñez.
El marido de la señora, Don Núñez, es un abogado del Estado que, ya jubilado, frecuenta el local de Ramos.
Tertulia, cafecito y manitas bajo la mesa con el dominó.
Así pasa la mañana, mariposeando.
La mujer, de vuelta, saluda al chuleta con una inclinación de cabeza sin gracia.
Recién aparece y ya me rompe el corazón, querida.
Esto lo dice el de antes con el descaro que le permiten sus ciento ochenta y seis centímetros.
Esta vez la mujer sonríe y descubre unos dientes pequeñitos muy bien alineados.
Don Núñez sale del local de Ramos y saluda a su esposa, que ya cruza para agarrarse del brazo que este le tiende.
Se alejan ambos en dirección a su apartamento en San Cristobal, barrio elegante a las afueras.
La mujer se aprieta del brazo de su marido y echa una última ojeada al galanteador.
Adiós, Remedios.
Qué remedio.