Con la llegada del invierno, Tobías cayó en la cuenta de que se había pasado todo el verano y todo el otoño sin hacer nada reseñable en su diario, que, obviamente, no había abierto. Se propuso, por tanto, recuperar el tiempo perdido. Tenía que organizarse bien, delimitar los pros y los contras de cada posible decisión. Rehusó de pleno las actividades físicas y las visitas a sus padres todos los domingos y a sus abuelos todos los miércoles de primeros de mes. No le apetecía sudar en exceso ni que le hicieran siempre las mismas preguntas. Por una cuestión práctica, se negó a ordenar los deuvedés por año de producción, como le había aconsejado, no sin cierta malicia, un compañero de la oficina. Tobías le advirtió a su mujer que se ducharía única y exclusivamente dos días a la semana, aunque no precisó qué días serían ni si serían días alternos o días seguidos. Así pasó la primavera y el verano y se encontró Tobías de nuevo con una nueva agenda a estrenar.