Lo lógico hubiera sido atraer la afición al estadio, y no al revés, pero ya sabes como es mi marido. Así que se puso a levantar el estadio, a desanclarlo, ¿se dice así?, de donde estaba, y trasladarlo ladrillo a ladrillo sesenta metros más allá, y luego lo volvió a clavar en el suelo, aunque para su disgusto la afición no acierta con la nueva ubicación.