—Me dijo que razonara la respuesta con argumentos creíbles.
—¿Y qué hiciste?
—Le conté lo del pollo mágico.
—Es una buena historia.
—Pues no se la creyó.
—Eso no significa que sea una mala historia.
—Esa no es la cuestión. No me vale de nada la historia del pollo mágico si no me cree.
—No es necesario creerse la historia del pollo. Es una metáfora. Cuentas cómo te sientes sin contar lo que sientes.
—Pero le cuento una fábula y no me cree.
—Explícale primero qué es una metáfora. O díselo directamente y pasa del pollo.
—Pero es que a mí la historia del pollo mágico me parece perfecta para ilustrar mi malestar con el mundo.
—Tu pataleta contra el mundo.
—¿Perdón?
—Lo tuyo es pasajero. Te has tomado a mal algunos comentarios que no tendrán importancia mañana.
—Hoy es hoy. Me preocupa hoy. Mañana es mañana.
—Lo que hagas hoy contará mañana.
—Lo que yo haga hoy es cosa mía.
—¿Entonces vas a explicarle lo del pollo mágico sin pollo mágico?
—Sustituiré el pollo mágico por una cría de mapache.
—Ah, entonces seguro que lo entiende a la primera.
—La misma historia con un mapache.
—Y donde vayas a decir pollo dices mapache.
—Perfecto, asunto resuelto.
—Vale, ¿pero me cuentas la historia del mapache mágico?
—Es una historia fabulosa.
—Empieza ya. Me tienes intrigado.