El niño se llama Martín y no es un niño cualquiera. Es el niño de este cuento. De principio a fin será Martín al que le sucedan cosas extraordinarias. Como encontrarse una moneda en el suelo de su habitación. Diréis que no es un gran hallazgo pero es que la moneda tiene poderes mágicos. Solo hay que tirarla al aire y pedir un deseo. Claro que los deseos de Martín no son los deseos de los mayores. Además, tiene que descubrir que al lanzar la moneda sus deseos se cumplirán. Porque lanzarla al aire seguro que lo hace aunque solo sea para saltarle sin acritud un ojo a su hermana. Lo de haber jugado al cara cruz previamente le habría venido bien. Pero el nunca ha jugado al cara o cruz porque es muy pequeño y hasta hace poco se hacía pipí y caca en el pañal. No ha visto a nadie jugar al cara o cruz. Ni siquiera en la tele, artefacto al que tampoco le presta mucha atención.
Pongamos que tira la moneda al aire y que en ese momento está pensando que le apetecería comerse una olla entera de Phoskitos. ¡Pues allí que parecería la olla de Phoskitos para su uso y disfrute! Tras el consiguiente empacho, el niño probablemente no descubriría, debido a su falta de maduración intelectual, una relación de causa efecto entre el milagro acaecido al terminar de lanzar la moneda y advertir que tenía un hambre voraz de Phoskitos. Para entender el fenómeno causa-efecto, Martín tendrá que esperar a ser un poco más mayor cuando su profesor de Plástica le explique que si te acuestas borracho como una cuba (la causa), por la mañana tendrás un dolor espantoso de cabeza (el efecto). En cualquier caso, Martín acaba de darle la moneda a otro niño que se la ha cambiado por un cromo de Bola de Dragón Z que ya tiene pero su hermana no, chincha rechincha.