La mujer que solloza por todo se reprime unos instantes para echarle una ojeada a esos zapatos de tacón que tanto le gustan y que parecen estar suspendidos en el aire —aunque en realidad están sujetos con hilo de sedal— y que bailan junto a los tigres, los elefantes y los unicornios del tiovivo pintado con brillantes colores que gira y gira porque al chico de los recados le gusta darle cuerda cuando viene a recoger algún paquete y decide que, al ser un día soleado sin previsiones de tormenta, no desentonaría en absoluto reírse a carcajadas porque ya no es una niña y esos zapatos son preciosos.
Cuando el chico de los recados sale de la tienda y ve a a la mujer que solloza por todo, le pregunta si le gustan esos zapatos y la mujer que solloza por todo, aunque se ha reprimido unos instantes, le dice que no y se va llorando a casa.