La mujer dedicada en cuerpo y alma a satisfacer todas y cada una de las necesidades de su marido y, si no las hay, se las inventa, descubre con asombro que su devoto amante se ha marchado con su marido. Y es que el marido estaba hasta la coronilla de tanto halago y tanta dedicación y quería gozar de su libertad; se sentía, según sus propias palabras, prisionero en una jaula de cristal y, aunque no era una salida del armario que se pudiera calificar de estándar porque a él los hombres no le iban, lo prefiere a pasar un día más de su vida compartiendo el mismo espacio con “esa tía loca” que, tras su marcha, eso espera, se podría dedicar en cuerpo y alma al cuidado de su jardín, que buena falta le hace.